sábado, 29 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (5)

La primera impresión que tuve de Oleg fue equivocada. Lo conocí durante un trabajito que hizo en la Bretaña francesa, una faena limpia de ésas que no dejan ni mal olor y que parecen en todo un accidente. Me pareció un sádico, un tipo con sangre de hielo; me dejé llevar por mis abundantes prejuicios racistas y, como era ucraniano, pensé: "Una bestia parda". Pero luego fui sabiendo más de él.

Oleg vivía en Pitria, al ladito de Chernóbil. El accidente del reactor nuclear le pilló mocito: tenía diecisiete años y vio morir, por este orden, a su padre (era bombero y tuvo que ir a apagar las llamas de la central), su madre y sus hermanos pequeños. Luego vio morir a muchos niños más, pues los acompañó, como monitor, a Francia, donde almas médicas caritativas les ofrecieron tratamiento. También se trató el propio Oleg, pues, al final, el cáncer lo atrapó.

Oleg se convirtió en aliado de la muerte y se dedicó profesionalmente a limpiar forros ajenos a cambio de elevadas sumas, pues (creo que no lo había dicho antes) sacar del mundo a la gente que te estorba no está al alcance de cualquiera. A mi alcance, desde luego, no.

Así, haciéndose pasar por guía turístico, Oleg encadenaba un encarguito tras otro mientras su monstruo interior se hacía cada vez más grande. Hasta que un día recibió una oferta como ninguna otra, vio lo que nunca había visto antes y, paradójicamente, se le abrió una puerta a la esperanza.

NOVELA:
Thierry Jonquet : Ad vitam aeternam
Éditions du Seuil, 2002

jueves, 27 de marzo de 2008

¿Por qué siempre se tienen que ir los mejores?



De acuerdo, tal vez resultase un poco sádico, innecesariamente violento en ocasiones, incapaz de contener esa risa enfermiza que tanto le marcó mientras veía caer a una pobre anciana por las escaleras. Quizás sus métodos y motivaciones pudieran resultar cuestionables. Tal vez se ensañaba en exceso cuando se entregaba a su trabajo, pero hay que reconocer que Tommy Udo fue uno de los mejores en este oficio nuestro.

Descanse en paz un compañero.

martes, 25 de marzo de 2008

MISIÓN EN ÁFRICA

Dos veces lo he tenido en el punto de mira. Dos. Y en ambas ocasiones ha conseguido zafarse, el suertudo bigotudo. ¿Estoy perdiendo facultades?

De antes de unirme al Clan de los Sicilianos guardo algunos encargos hechos que, por su larga duración en el tiempo, aún no he terminado. Hace un par de años, por ejemplo, cierta gente se mostró nerviosa cuando un escritor español comenzó a indagar en una de esas historias del África ignota que a nadie interesa que salgan a la luz.

No sé si habrán oído hablar de un tal Sankara, uno de esos negros revolucionarios que, surgidos de la estela del guevarismo más utópico, pretendieron cambiar África. Un militar insolente e impertinente que, cuando llegó al poder, llamó la Tierra de los Hombres Íntegros a su país, luchando contra la corrupción, pretendiendo educar al pueblo y, lo que es peor, demarcándose de los dictados de la metrópoli francesa en cuya órbita giraba esa nadería que es Burkina Faso.

Lógicamente, cuando el nombre de Sankara empezó a hacerse popular, alguien decidió que había que poner remedio a tal desatino. Y así se hizo, hace veinte años, de forma discreta. Un negro más, caído en la barbarie que es el indomesticable continente africano, en otro de esos típicos golpes de estado cainitas que tan habituales son en ese continente.

Pero hete aquí que va un profesor del pueblo canario de Agüimes y se pone a husmear en la historia de Sankara, preguntando por aquí y allá, entrevistándose con quiénes le conocieron, rastreando archivos... hasta que escribe un libro, lo presenta a un concurso, y lo gana.




Otro día hablaremos sobre ese pueblo, Agüimes, nido de radicales, outsiders de la política nacional, a contracorriente del famoso tsunami bipartidista que gobierna España. Porque ahora quiero contar cómo el señor Lozano, que así se llama el peligroso individuo en cuestión; ha pasado unos días en Senegal, a dónde le he seguido con el inequívoco fin de cerrarle la boca para siempre. Y confieso que he fracasado.

En mi descargo diré que el señor Lozano es hábil. Muy hábil. Se rodeó de un séquito de acompañantes bastante numeroso, a la vez que dispar, lo que complicó enormemente mi trabajo. Iba, por ejemplo, su hermano Carlos, un individuo nervioso e imprevisible, siempre en movimiento, durmiendo mientras los demás se divertían y velando el sueño de éstos desde primeras horas del amanecer. Un tipo nervudo, al que se le notaba su amplio conocimiento de artes marciales y kickboxing. Iba, también su hermana. Una señora tranquila y sosegada, inquisitiva, discreta, pero de ojos vivaces, siempre alerta. Como la misteriosa señora que la acompañaba, a sol y sombra.

Alquilaron un autobús, pilotado por un chofer local, un tipo alto y delgado con pinta de buena gente. Uno de esos tipos, precisamente, de los que no te podías fiar. El hombre de confianza de Lozano parecía ser un tal Santiago, su mano derecha y tesorero del grupo, hombre resuelto y decidido, otro tipo vivaz que no se estaba quieto ni debajo de agua. Además, dos sujetos de cerca de dos metros de altura jalonaban los pasos del grupo, fueran en lanchas que surcaban las aguas de los ríos, fuera caminando por los mercados de Saint Louis y Dakar.

Mujeres no faltaban en la expedición. Dos aparentemente sosegadas señoritas, que le acompañaron desde Agüimes y tres más que se unieron a la expedición desde la levantisca ciudad de Granada, incluyendo a una gitana rabuda, instintivamente preparada para detectar cualquier amenaza que se cerniera sobre el grupo. Y una gallega de A Coruña, que no se sabía si iba o si venía, junto a una catalana tan jovial como seguramente letal, a la hora de acabar con un potencial enemigo. Además, otro miembro de la familia Lozano, la joven Carolina.

Y tres singulares personajes más. Un guardaespaldas apodado Pepe, que siempre era el último en subirse al autobús, encargado de confraternizar con las fuerzas vivas locales; un lobo solitario procedente de Marruecos y... ¡un mago!

Dos veces lo tuve en el punto de mira. Una noche, en el hotel situado en una reserva ornitológica. Era de noche y el ambiente era jovial. Había baile y bebida y, en mitad del fragor de la fiesta, pensaba liquidar el asunto. Pero el tal Magomigue se interpuso en mi camino. Había sacado a Lozano para que le ayudara en uno de sus números, mientras hacía una interpretación a los miembros de la comitiva. Estaba Lozano, ufano, viendo cómo una servilleta se convertía en un billete de banco cuando Migue, en un imprevisto rien ne va plus, hizo desaparecer de la escena a su improvisado ayudante, esto es, a mi objetivo letal. Visto y no visto.

A la mañana siguiente, los expedicionarios se embarcaron en una lancha, por los canales del río. Me aposté sobre un árbol y esperé a que la barca estuviera lo suficientemente cerca. Fijé mi objetivo, apunté cuidadosamente y, cuando me disponía a ejecutar la acción, un enorme pájaro bajó en picado desde el cielo y me arrebató el rifle con sus garras.
Guardaespaldas de Lozano, en la lancha. Mamones... (Foto: Panchi)

- Era algo así como un águila – le decía al camarero con el que charlaba, para ahogar mis penas.
- ¿Blanco su plumaje?
- Sí. Una especie de águila pescadora.
- ¡No! Se trataba, sin duda, de un Bigardo Vocinglero.
- ¿Eh? Bueno, qué se yo. Un águila ¿no?
- ¡¡NO!! Un bigardo vocinglero no es un águila. Ni mucho menos.

Hay que joderse. No sólo había perdido el rifle, sino que, además, alguien les dio un soplo a los expedicionarios, que se pasaron todas las noches bien atentos y alertas, pendientes de una latente amenaza exterior. Los muy capullos hablaban de un Lobo, cuando todo el mundo sabe que el sicario tirador por excelencia era un Chacal.

Total, que lo dejé correr. Sin armas de largo alcance, cualquiera se acercaba a Lozano, siempre rodeado de su gente. Coño. Que no se quedó solo ni a sol ni a sombra. Al menos, no parece que haya hecho relaciones extrañas en su viaje. Contactó con algunos maestros y médicos, a los que hizo entrega de diverso material y no dejó de trastear en todos los bares de la zona, tirando de su cohorte, compró máscaras y unos horribles cuadros africanos y, en general, se dedicó al dolce far niente, llegando a cantar en público no se qué de un Cruzaíto y un Robocop.

Y lo mismo, sin saberlo, Lozano ha salvado su vida. Recién terminada la celebración del año Sankara, en nuestro hombre tuvo participación activa, esperemos que se olvide otra vez la figura del revolucionario africano y que el libro ése, “El caso Sankara”, publicado por la editorial Almuzara, sea guillotinado una vez termine su distribución.

Que no entiendo ese empeño por sacar a la luz la obra de un militar que apuesta por el poder civil, la alfabetización de su pueblo, la africanización de las costumbres burkinesas o la mejora de la sanidad. Un presidente que fue contra la tradición, prohibiendo la ablación del clítoris de las chicas y solicitando la condonación de la deuda externa.

¿Quién quiere un presidente así para cualquier país de África?

Pues eso.

Que a ver si se olvida ya ese legado y los escritores se dedican a escribir sobre esas inofensivas pijadas que les son tan queridas, en vez de meterse donde no les llaman, en berenjenales políticos y en cuestiones internacionales que en nada les competen.



Fdo.- Remy, en misión senegalesa.



lunes, 24 de marzo de 2008

Juicios a la europea

De mi paso por la Facultad de Derecho guardo, al menos, dos buenos recuerdos. El primero, que fue allí donde conocí a quien luego se convirtió en mi marido. El segundo, a un profesor al que sus veinte años como estudiante y tuno simultáneamente le habían marcado tanto que siempre comenzaba la primera clase del año disfrazado de senador y cantando a los alumnos una canción de sus años mozos. El estribillo decía así (música: Tengo una vaca lechera):

Viva el Derecho Romano, que al esclavo manumite y a la esclava metemanu, tolón-tolón, tolón-tolón.

De la misma época es mi afición por las películas de juicios y las novelas en las que los abogados juegan un papel importante. ¿Quién no recuerda a esos doce hombres sin piedad encabezados por Henry Fonda, sin ir más lejos? ¿O la versión española para Estudio 1, con Bódalo, Alexandre, Osinaga, Puente y compañía? ¿Y qué decir, en otro registro muy diferente, de La costilla de Adán, con Spencer Tracy y Katharine Hepburn tirándose los trastos a la cabeza?




La lástima es que casi todo suele llegar de los USA, y allí los juicios siempre son la leche, quedan preciosos en pantalla, con esos abogados altos y guapísimos de la muerte que seducen con su verborrea imparable a los miembros del jurado, con fiscales empeñados en defender al estado de (póngase aquí el nombre del que se prefiera, hay unos cincuenta para elegir) de la conducta punible del presunto delincuente de turno, con su juez negro por aquello de lo políticamente correcto (hispanos, de momento, no se ven muchos), con las cadenas de televisión a las puertas de la sala esperando las declaraciones del primero que sale…

En Europa esto es muy diferente. Aquí las cosas son menos vistosas, los abogados no son tan superstars como los americanos y tal vez por ello los juicios no resultan demasiado literarios o televisivos. Así que da gusto encontrarse de vez en cuando con tipos como Guido Guerrieri, abogado como mi Luigi y protagonista de casos como Testigo involuntario o Con los ojos cerrados.

Guerrieri, en tiempos, defendía sólo las causas nobles. Nobles para su bolsillo, claro. Sin embargo, de un tiempo a esta parte y no sé si por limpiar su conciencia, se dedica a aceptar otros asuntos que nadie quiere. Por ejemplo, el juicio de una mujer maltratada por un marido poderoso, hijo de un hombre todavía más poderoso al que ningún picapleitos de Bari se quiere enfrentar. En esta complicada tarea no está solo, pues cuenta con la inestimable ayuda de una monja ciertamente peculiar que dirige la casa de acogida en la que se refugia la víctima de los malos tratos, formando una pareja verdaderamente explosiva.

Claro, en las pelis americanas siempre suelen ganar los buenos, me imagino que por tranquilizar a la clase media americana que paga sus impuestos y todas esas cosas. Esto, lo sabemos, no deja de estar bastante alejado de la realidad, en la que tristemente tener la razón no significa necesariamente salirte con la tuya. Pero no quiero adelantarme a los hechos. Es preferible, si te apetece, que le eches un ojo al libro y luego hablamos.

Con los ojos cerrados
Gianrico Carofiglio
Plata Negra

viernes, 21 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (4)


Ya veis que en mi corta vida he conocido a unos cuantos sicarios, pero A punto C punto, no hay más que verlo, es especial.
Desconozco su pasado. No sé qué le hizo convertirse en lo que es. Quizás una infancia horrorosa. Quizás un simple trastorno mental. Quizás nada. Nos empeñamos en buscar las raíces del mal y a veces no existen: la gente es mala porque sí. Punto.
A mis compis de clan no les gusta: da mala fama al noble oficio de asesino a sueldo. Porque no es un profesional, sino un obseso de la muerte. Muerde la mano que le da de comer y eso no es bueno para el negocio.
Y todo lo hace como si se viera abocado irremediablemente a ello, como si él no decidiera: el azar, el honor, la palabra dada lo obligan. Típico de psicópatas.
Que esté chalao no quiere decir que no sea jodidamente eficaz en su faena. Se propone un objetivo y allá va, de cabeza, como los burros, sin mirar para los lados, no vaya a ser que se distraiga. Le da lo mismo un balazo en la pierna que un hueso a la vista. Él tira palante. ¿Qué le mueve? ¿El dinero? ¿El gusto por matar? ¡Quién sabe! Casi prefiero no meterme en su cabeza. Puede que encuentre algo demasiado familiar.

PELÍCULA:
No es país para viejos (No country for old men), 2007
Dirección: Joel y Ethan Coen
Intérprete: Javier Bardem

martes, 18 de marzo de 2008

Días de pasión (criminal)

Bien, pues llega la Semana Santa y ya estamos otro año más preparando la operación salida: hemos empaquetado los cuatro trapos que nos solemos llevar, hemos lavado el coche dejándolo dispuesto para recibir los inevitables chaparrones primaverales y las cagarrutas de todos los pájaros que nos crucemos en el viaje y casi hemos convencido a Giovanni de que se tiene que venir con nosotros, que de quedarse en casa solo como pretende ni hablar, que luego llegamos el domingo y nos encontramos los restos del botellón casero que se ha organizado el chaval.

Como son fechas en las que ya se conmemora una ejecución (que, por cierto, ahora hay dudas sobre cómo fue crucificado en realidad) a mí me gusta guardar fiesta y no aceptar clientes durante unos días. Así que solemos irnos al Pirineo y aprovechar que casi siempre hace mal tiempo para encerrarnos en casa y ponernos al día en cuanto a lecturas y, de paso, ver alguna peliculilla que otra.


En esta ocasión me llevo a una buena cuadrilla de amigos. Algunos ya lo son de hace años, como es el caso de Kostas Jaritos, ese comisario ateniense que tanto placer siente leyendo un diccionario. Me dicen que su hija, Katerina, ha caído en medio de un secuestro organizado por un comando terrorista y yo esto no me lo pierdo.


También son viejos conocidos Lars Martin Johansson y todos sus colegas de la policía sueca, siempre dispuestos a remover el pasado de ese país que nos han puesto como ejemplo de desarrollo y bienestar pero que tantas cosas tiene por resolver, como el asesinato de Palme o el coqueteo sueco con el nazismo alemán. Conocí a esta peña en Entre la promesa del verano y el frío del invierno y me cayeron bien; con Otro tiempo, otra vida estoy confirmando que, aunque de la pasma, son buena gente (algunos de ellos unos auténticos hijos de puta, todo hay que decirlo).


Otros son nuevos en casa, como por ejemplo Ismael Ochoa, un legionario de Bilbao (no está mal, ¿eh?) que demuestra unos sentimientos hacia su padre que me resultan familiares. O Guido Guerrieri, un abogado de Bari (como mi marido, que también es abogado aunque no de Bari) que se ha cansado de resolver casos que sólo le den dinero y ahora se dedica, por ejemplo, a defender a una pobre mujer víctima de la violencia doméstica y de cuyo asunto nadie quiere ocuparse por miedo al presunto agresor.


Y hablando de mi marido, algo tendré que regalarle por el Día del Padre. Si, ya sé que eso debería ser cosa de Giovanni, pero con lo despistado que es... Se me ocurre que, para tenerle entretenido mientras yo me dedico a mis crímenes de ficción, le puedo comprar algo que vi anunciado hace unos días: las Joyas Literarias con las que tanto disfrutó de crío y con las que se inició en la lectura, esas historias de Verne o Salgari que, casualmente, Ediciones B reedita y saca a la calle mañana mismo. Creo que con dos volúmenes estará bien de momento, que tampoco es cuestión de acostumbrarlo mal.



Bien, pues a la vuelta hablamos de todo esto y algunas cosas más, ya te contaré cómo me ha ido entre procesión y procesión. ¿Te parece? Nos vemos la semana que viene. No faltes.



El accionista mayoritario. Petros Markaris. Tusquets.
Entre la promesa del verano y el frío del invierno / Otro tiempo, otra vida. Leif GW Persson. Paidós.
Sé que mi padre decía. Willy Uribe. El Andén.
Con los ojos cerrados. Gianrico Carofiglio. Plata Negra.
Joyas Literarias. Varios autores. Ediciones B.



sábado, 15 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (3)


Puede que la historia de todo asesino a sueldo incluya un episodio de vulnerabilidad en el que la opción sea convertirse en sicario o ... no hay opción. En la historia de Nikita lo hubo, es innegable.

Nikita podría haber sido toda su vida una vulgar delincuentucha, pero, ya se sabe, te vas metiendo en líos, una cosa te lleva a la otra y un buen día te encuentras con una pistola humeante en las manos y un poli muerto a tus pies.

A Nikita la trincaron, le dieron una opción que no era una opción, y eligió convertirse en una máquina de matar. ¿Qué habría sido de ella si se hubiera negado? Como esta pregunta es más propia del "Pronto" que de este clan serio al que pertenezco, la voy a obviar. [La respuesta es: la habrían ejecutado.]

A Nikita, que hasta entonces era un poco greñas, le dieron una nueva identidad, mucha habilidad y una nueva vida bajo la vigilancia de su mentor Bob. Y se convirtió en una asesina eficaz envuelta en la apariencia de una atractiva y refinadísima mujer, impecable siempre, en todo momento bien arreglada, a pesar de ocuparse del trabajo sucio.

Por fuera, en apariencia física, mejoró un montón. Por dentro, sin embargo, algo falló en los entrenamientos: no acabaron de enfriarle el corazón y fue la tonta de ella y se enamoriscó de Bob. Y el-bobo-de-Bob-de ella también, claro.

Hay otras Nikitas en el mundo; al menos yo he conocido a unas cuantas, pero el encanto de las francesitas no lo supera ninguna yanqui operada.


PELÍCULA:

Nikita (La femme Nikita), 1990
Director: Luc Besson
Intérprete: Anne Parillaud

viernes, 14 de marzo de 2008

Tarde de domingo

Hasta hace bien poco era de las que pensaban que las tardes de domingo eran una auténtica mierda. Cuando era joven porque las consideraba un residuo inútil del sábado; luego, por pensar que no eran sino el preludio de un odioso lunes.

Sin embargo, la madurez ha hecho que las vea de otro modo.

Giovanni, mi hijo, sale con el postre en la boca para verse con los amigos. Luigi, mi Luigi, se coloca la almohadilla bajo el brazo y se va al fútbol. Luego llega hecho una furia y jurando que no vuelve más, que el próximo año no renueva el abono, que para ver a cuatro mataos en pantalón corto no hace falta pagar un duro. Y yo, mientras, me quedo en casa como una reina, tumbada en el sofá y con la única compañía de mi perro y mis libros.

Y luego, la noche. Giovanni en el messenger y Luigi y yo, provistos de sendas bandejas -hay que ver los bocadillos de chorizo y queso que prepara mi marido cuando quiere, ríete tú de la nouvelle cuisine- y la litrona de oferta del Mercadona o el Eroski más cercano, los dos frente al televisor. Y es que el domingo por la noche toca peli de Agatha Christie.

Sí, ya sé, a lo mejor las historias de la Christie resultan demasiado inocentonas, anticuadas y clasistas para lo que se pudiera esperar de una mujer como yo, pero si de cría disfruté con las novelas, de adulta me encanta ver esas versiones cinematográficas y disfrutar con las interpretaciones de mis mitos celuloídicos, y algunos ya celulíticos, por qué no reconocerlo: Peter Ustinov, Jane Birkin, Liz Taylor, Angela Lansbury (¿o es Jessica Fletcher?), Rock Hudson, Ingrid Bergman, Tony Curtis, Lauren Bacall, Sean Connery, Vanessa Redgrave...

Además, como somos de poco viajar agradecemos que la gata nos lleve por Oriente, por el Nilo, por la campiña inglesa... o por el Adriático, cuerpos victorianos tendidos al sol como trozos de carne difíciles de distinguir que diría ese belga afrancesado o francés abelgado de Poirot, Hercules Poirot.

Nos lo tomamos muy en serio, como cuando veíamos el Un, dos tres y jugábamos a adivinar dónde leches estaba la Ruperta y dónde el apartamento (en Torrevieja, Alicante, dónde si no). Sacamos las libretas y vamos tomando nota de las pistas que se nos ofrecen al tiempo que lo hace Poirot, pero lo que más nos gusta es tratar de averiguar cuál es el as que se guarda bajo la manga la buena de la Christie: esa nota anónima que sólo el investigador conoce, ese reloj que sólo él sabe que atrasa, ese veneno del que no sabíamos nada y luego resulta ser determinante... Trampas que hacen que nunca acertemos con el culpable. Bueno, sí, lo adivinamos en el Oriente Express, pero es que con ese final a ver quién no lo adivina.



Nunca nos acordamos de sus nombres, siempre nos referimos a los personajes como "la tía de la pamela", "la vieja bruja", "la niña repelente" o "el calvorotas del bigote". Y siempre acabamos discutiendo, mi Luigi y yo, porque los dos afirmamos -a toro pasado- que ya suponíamos desde el principio la identidad del asesino.

Pero el que nunca falla es el perro, que los mira a todos con indiferencia canina y se va a un rincón del salón a soñar con sus huesos, que no necesariamente deben pertenecer a un cadáver desenterrado.

Luego viene una semana de intenso trabajo, Luigi en su despacho de abogado peleando con sus aspirantes al divorcio, Giovanni en clase -eso dice él, el tutor debe tener otra opinión diferente porque no hace más que llamarnos para decir que lleva días sin hacer acto de presencia- y yo con mis flores y mis suicidios, que de algo hay que comer. Pero todo esfuerzo tiene su recompensa, porque el próximo domingo toca otra peli. Creo que le toca a Miss Marple.

Hace algún tiempo le pregunté a Remy, uno de mis colegas en el Clan, si él quería más a papá o a mamá. ¿Cómo? -me respondió. Le aclaré que me refería a Poirot o miss Marple, y me contestó que una madre siempre será una madre. Vale, en mi caso el argumento no sirve, porque para una madre como la que me tocó a mí en el sorteo habría preferido un buen jamón o una simple chochona. Incluso la muntan bai esa de las ferias ("qué guay, qué guay, qué guay, se lleva la muntan bai"). Sin embargo, coincido con Remy y la Marple es mi preferida, capaz de resolver cualquier crimen mientras arregla el jardín, hace punto de cruz o prepara una compota. Poirot, en cambio, me parece más afectado, siempre pendiente de ese ridículo bigote que debe enfundar y amarrar a las orejas cada vez que se va a dormir.

Pero claro, sobre gustos no hay nada escrito, así que tú, ¿qué? ¿marplelista o poirotista?

jueves, 13 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (2)

Keller lleva una vida verdaderamente envidiable. Vive en Nueva York, que ya es un puntazo, en una buena calle, en un buen piso, y tiene un más que buen pasar. Como sucede a la mayoría de los de su gremio, de vez en cuando recibe una llamada y tiene que coger varios aviones, atravesar de punta a punta el país y ponerse manos a la obra.

El problema de Keller es que la faena le dura poco y tiene muchísimo tiempo libre: días y días con sus horas y sus minutos, tiempo y tiempo que, curiosamente, no sabe cómo matar.

En fin, que el hombre se aburre y lo intenta todo. Primero se le ocurre comprarse un perro, pues los chuchos, ya se sabe, te llenan bastante la vida con eso de que hay que darles de comer, lavarlos, sacarlos a pasear y llevarlos al veterinario.

Luego le da por la filatelia. Así, por las buenas, y va y se especializa en sellos de no sé qué país y no sé qué época, porque, según cuenta, las colecciones generales vo valen nada. [Yo tengo en casa una de cuando era pequeña, de sellos de Franco, con coloritos, preciosa; pensaba que algún día me darían unos eurillos por ella, pero Keller me dijo que nanay.]
Keller tiene, pues, un vacío interior que sólo se colma cuando trabaja. Porque Keller es condenadamente bueno en lo suyo. Viaja, se aposenta, husmea unos días por los alrededores, contacta, intima incluso en ocasiones, liquida y se larga. Impecable. No se puede hacer mejor.

Es una vida curiosa la de Keller. A mí me gusta.


NOVELA:
Lawrence Block: Hit Man
Diagonal, 2002

V DE VENDETTA

He vuelto a ver “V de Vendetta” que ¡es un peliculón como la copa de un pino! Extraordinaria. Excelente. Magnífica. Colosal. Y es que me gusta dejar las cosas claras desde el principio.


La verdad es que todos los que tenemos un trabajo que podría denominarse como violento, nos sentimos, en parte, un poco justicieros. Quizá sea un subterfugio para engañarnos a nosotros mismos, pero siempre nos gusta pensar que tenemos un halo romántico. Como V, el protagonista de la película.

Aunque es de justicia reconocer, antes que nada, las bondades de Natalie Portman. Personalmente, mi mitomanía cinematográfica, o viste sombrero (Wayne, Bogart, Mitchum, etc.) o está fotografiada en blanco y negro, con esas musas del género noir, turbadoras e inquietantes (Lauren Bacall, Gloria Graham, Gene Tierney...) Pero desde que vi “León el profesional” me quedé prendado de una joven actriz... que ha crecido la mar de bien.



En “V de Vendetta”, Natalie está sobresaliente y la película, teniendo en cuenta que está protagonizada por un sujeto camuflado tras una máscara de porcelana, necesitaba que el rostro humano visible resultase creíble e identificable. Y que fuese muy especial. Misión cumplida.



Además, la película ha sabido actualizar la novela gráfica en que está basada, para hablar de algunas cuestiones muy de actualidad. En primer lugar, de la funesta labor desarrollada por los medios de comunicación de masas que, más que informar, hacen propaganda. Segundo, de los campos de detención ilegales, convirtiendo a Larkhill en un trasunto de Abu Graib, siniestras capuchas incluidas. Tercero, del miedo al otro, al diferente, al inmigrante.

Y de las mega-macro-hiper conspiraciones gubernamentales para perpetuarse en el poder, reduciendo la libertad de sus ciudadanos ante esa supuesta dicotomía Libertad-Seguridad. Y de la eterna polémica sobre si la violencia es un método legítimo de autodefensa o no. ¿Dónde termina el héroe y comienza el activista? ¿Dónde está el límite entre éste y el terrorista?



Son muchas y de mucho calado las cuestiones que plantea “V de vendetta”, y lo hace a través de un espectáculo visual y pirotécnico de primer orden, con un ritmo endiablado y con unas imágenes absorbentes y adictivas.

Personalmente, no puedo evitar sentirme como ese héroe enmascarado, algunas veces, en el cumplimiento de mi trabajo. Que anda que no he quitado de en medio a según qué ratas de cloaca, tipejos miserables y gentuza de baja estofa...

Remy.


miércoles, 12 de marzo de 2008

Hilo directo con Tabor Süden

Una pensaba que estaría a salvo de miradas indiscretas en esta guarida que comparte con otros delincuentes habituales, pero por algo Tabor Süden trabaja en el Departamento de Desaparecidos de Múnich. No es nadie el tío localizando a gente.

A continuación, te dejo el correo que acabo de recibir hace unos minutos (escrito de su puño y letra o como coño se diga esto cuando hablamos de ordenadores y teclados).

Un domingo, mi padre me dijo que me sentara. En la cocina. Me senté. Empezó a hablar. Y antes de que yo comprendiera de qué se trataba, ya había acabado. Seguramente, lo que dijo me sacudió tanto desde la primera palabra, que enseguida se hizo la oscuridad en mi cabeza y las frases rebotaban contra mis oídos como contra puertas cerradas. Me quedé mirándolo, todavía veo su cara, una cara con los ojos acuosos, y una boca que se abría y se cerraba y yo sentado delante de él y él hablándome desde arriba y desde entonces, siempre que recuerdo aquella escena, no oigo nada. Es como si pensase en una película muda, como si viese imágenes sin comentarios, aunque puedo distinguir claramente los movimientos de la boca.

Me dio un beso, con las lágrimas cayéndole por la cara. Como cuando murió mi madre. A continuación me fui a mi cuarto y me quedé allí. Como ya he dicho, tenía dieciséis años pero, a diferencia de mis amigos, todavía no tenía novia, no me atraían especialmente las fiestas y no me gustaba hablar. Tenía la impresión de que casi todo lo que decía era falso o era una tontería. Aquella tarde vinieron mi tío Wilhelm y su mujer Elisabeth: Willi y Lisbeth. Y me explicaron que mi padre se había marchado. Entonces caí en la cuenta de lo que me había dicho en la cocina y corrí allí y la cocina estaba desierta. Sólo había una chaqueta de cuero colgada de una silla, su chaqueta de cuero. Y sobre la mesa había una carta, una hoja de papel en la que ponía: Querido Tabor». Ese era yo. Pero no cogí la carta. En lugar de ello me puse la chaqueta de cuero, que me venía grande y olía a la loción de afeitar de mi padre, era pesada, y enseguida me sentí seguro dentro de ella. Como protegido. Me di la vuelta y allí estaba Willi, ofreciéndome una botella de cerveza. Me la bebí, me guardé la carta en el bolsillo y salí de la casa. Lisbeth y Willi quisieron acompañarme, pero salí corriendo. En el bar que hacía las veces de punto de encuentro de los jóvenes del pueblo, me bebí otra cerveza y luego bajé al lago para leer la carta.

Sigue desaparecido. Al parecer tenía la intención de irse a América. Hasta ahora mis pesquisas no han dado ningún resultado. Y eso que los compañeros de allí siempre han estado dispuestos a ayudarme. Ya hemos dejado de buscarlo. No consta como desparecido.

--
Agente Tabor Súden *
Departamento de desaparecidos de la Policía de Múnich

* Todo sobre el agente Tabor Súden en La promesa del ángel caído y El bebedor del tranvía (Plataforma editorial).

martes, 11 de marzo de 2008

Del amor al odio

Hace poco más de un año, un suceso real parecía reproducir el típico crimen de habitación cerrada. Bueno, más bien de pueblo cerrado, pero es que un pueblo de poco más de 30 habitantes bien se puede considerar como una habitación grande: si en un minipiso o solución habitacional se pueden alojar dos personas, anda que no cabe gente en un salón-comedor como dios manda.


Me refiero, claro está, al conocido como “el crimen de Fago” (no confundir con Fargo, donde también hay nieve pero queda más lejos). El caso es que el alcalde, Manuel Grima, caía en una emboscada y un desconocido le metía un par de tiros en el cuerpo que lo dejaban para los restos.


Como quiera que el alcalde se había granjeado el cariño de al menos la mitad de los habitantes, el misterio estaba servido, igualito igualito a tantas novelas y pelis con las que he ido alimentando mi instinto criminal. Y uno de los sospechosos, el guarda forestal Santiago Mainar, no dudaba en chupar cámara ante las expectación despertada en los medios de comunicación (los quince minutos de gloria a que todos tenemos derecho) y se dedicaba a largar una lindeza tras otra incluso en el Informe Semanal que, por cierto, desde que ya no está Rosa María Mateo no es lo que era (como el Vaticano no es lo mismo sin Papaloma Gómez Borrero, por otra parte).


Unas semanas más tarde, el citado guarda forestal se confesaba culpable del asesinato, aunque se desdecía poco después de prestar declaración. Y se da la circunstancia de que víctima y presunto asesino, ambos naturales de Zaragoza, habían sido buenos amigos de juventud. Es más, fue Grima quien primero se trasladó a iniciar una nueva vida en Fago y, poco después, invitaba a Mainar a hacer lo propio. “Aquí se vive de muerte”, creo que le dijo para convencerle.


El caso no está resuelto, ni mucho menos. Mainar asegura que si confesó el crimen fue para evitar una caza de brujas en el pueblo, como si éste necesitase una cabeza de turco y a él no le importase desempeñar el papel. El pueblo, un año después, sigue enfrentado. Con decirte que la placa que algunos vecinos colocaron en el aniversario del asesinato en el lugar en que Grima fue abatido apareció destrozada al día siguiente... Sin embargo, TVE comenzaba ayer mismo la emisión de una miniserie que recrea los hechos. Eso sí, no ha habido pelotas para utilizar el pueblo como escenario para el rodaje de los exteriores ni a los vecinos como extras, que tampoco es cuestión de tocar las narices demasiado.


Como buena italomaña frecuento el Pirineo, concretamente la misma comarca de la Jacetania en la que se encuentra Fago, y recuerdo una conversación de bar, en torno a una partida de guiñote, pocos días después del crimen. Nadie, nadie, se echaba las manos a la cabeza por la radical manera de resolver diferencias de criterio. El tema de conversación era, simplemente, cómo lo habrían hecho ellos para no ser pillados por la pasma y qué habrían hecho con el arma homicida para que jamás fuera encontrada.


Una se dedica a este negocio y no se asusta fácilmente, pero desde ese día me dije que iba a tratar de llevarme lo mejor posible con mis vecinos: no riego las plantas fuera del horario establecido, pago religiosamente mis impuestos, invito a cervezas en el bar del pueblo, mantengo abierta la puerta de la panadería cuando me cruzo con alguna lugareña, saludo a todos los niños (incluso a los que le tiran alguna piedra a mi perro, criaturitas, si lo hacen por jugar) y jamás llamo la atención a la vecina de enfrente por aparcar el coche en el lugar que no le corresponde.


Y es que nunca he tenido afán de protagonismo y no pretendo que una serie recree mis últimos años de vida. Además, que soy demasiado joven para palmarla y una se debe a su hijo, al que debe criar, y a sus clientes, a los que debe suicidar.


lunes, 10 de marzo de 2008

Dos casos para Tabor Süden

Dicen que las sicilianas son mujeres sumamente celosas. Sinceramente, cariño, me importa un bledo, que diría aquel. Y es que me pasa como a la signora Verdugo, que de Sicilia conozco lo poco que he visto por la tele y lo mucho que me ha contado uno de mis mejores amigos. Salvo, quién si no. Bueno, Salvo Montalbano por si no habías caído, pero es que como suele venir bastante por casa ya tenemos la confianza necesaria para tratarnos de tú y por el nombre de pila. Mí, Tana; tú, Salvo.

De todos modos, no sé cómo reaccionaría si pillase a mi Luigi con otra. Probablemente le mataría, porque recurrir a un abogado es un dispendio que no me pienso permitir. Además, él mismo es abogado, y matrimonialista, y de los mejores. Así que seguro que decidía representarse a sí mismo y me dejaba incluso sin la floristería, y eso que está a mi nombre exclusivamente.

Bueno, pero no divaguemos. Valga esta introducción para señalar que, muy de vez en cuando, encuentro por ahí a algún hombre que merece la pena. Casi siempre, claro, son del gremio. No, no son floristas ni suicidadores, me refiero al gremio que nos agrupa a todos aquellos que nos dedicamos al crimen, independientemente de en qué lado de la barrera nos encontremos. Y, por razones obvias, suelo conocer a más policías que ladrones, mucho más escurridizos y menos propensos a dar la cara estos últimos.

La verdad, casi todos son unos sosos e inmaduros. Les deja la esposa y se echan en brazos del alcohol como si fueran adolescentes en pleno finde y eso, para los anglosajones o nórdicos (que suelen ser mayoría) debe salir por un pico, que no hay más que ver el precio que lleva el vino para sangría en Irlanda o Inglaterra sin ir más lejos.

Tabor es diferente. Beber, bebe; y un huevo, me atrevería a decir. Además no es de esos que sólo toman exclusivas marcas o les gusta mezclado pero no agitado, o al revés, que siempre me lío. Qué va, qué va, este hace a todo: cerveza, grappa, vino tinto, schnaps (no busques en el Google, yo te lo digo: schnaps es el término que engloba a todos los licores que calientan y sientan bien)…

Tiene otra cosa que me gusta: por una vez, se trata de un policía que no trabaja en Homicidios sino en Desaparecidos. Y me gusta porque así no me cruzaré en su camino si alguna vez cometo un error que pueda despertar las sospechas de la pasma o de la familia del finado de turno.

Trabaja en Munich, lo que supone una putada porque me cae un poco a desmano. Además, ya he dicho en alguna ocasión que no suelo viajar demasiado. Encima no tiene móvil y para poco en casa, así que podemos pasar meses sin hablarnos. Pero cuando lo hacemos da gusto, porque es un excelente conversador y, de hecho, sus casos suele resolverlos a fuerza de interrogatorio. No sé, aunque yo era muy pequeña entonces, mi tío Ramón me hablaba mucho de un tal Maigret y este Tabor me lo recuerda en cierto modo. Porque según mi tío, también a Maigret le gustaban los interrogatorios y no dejaba taberna sin someter al oportuno registro.

Tampoco tiene novia fija, sólo una tranviaria en la que no piensa demasiado cuando le sale por ahí algún rollito de primavera. Y reconozco que a primera vista puede resultar un poco macarra, con los pantalones de cuero con cordones entrelazados en los costados, la camisa blanca, una chaqueta también de cuero… Vamos, que sólo le faltan los zuecos y el cinturón con cabeza de león que llevaban muchos pringaos en mi barrio cuando era cría. Pero es un buen chico, que te lo digo yo y de esto sé un rato largo.

Ah, su apellido es Süden y de momento sólo ha resuelto un par de casos que ha guardado en unas vistosas carpetas amarillas y negras rotuladas como La promesa del ángel caído y El bebedor del tranvía.

¿A que es un encanto poniendo títulos a sus expedientes?



La promesa del ángel caído
El bebedor del tranvía
Friedrich Ani
Plataforma Editorial

domingo, 9 de marzo de 2008

EL ASESINO DE ETA: ¿SICARIO O TERRORISTA?

ETA, ya lo sabéis, ha vuelto a matar. Y en las noticias se dice que el asesino del ex-concejal de Mondragón es un sicario a sueldo de la banda.

Entonces, me surgen las dudas.


El asesino, ¿era un terrorista o era un profesional del crimen, contratado por la banda para ejecutar este execrable asesinato? Porque no es lo mismo.

He leído columnas, como la de Manuel Vicent de hoy domingo, en El País, en que se habla de fanatismo, lavado de cerebro y otras cuestiones por el estilo. Lo cuál, en el caso de que el asesino fuera un terrorista vasco, de esos del Movimiento Nacional de Liberación de hablara Aznar años ha; sería correcto.

Pero si la banda terrorista ha pagado a un profesional para que dispare a Isaías, la cosa cambia. El asesino sería un profesional del ramo que ha aceptado un trabajo más. Aunque menudo trabajo. Como para ponerlo en un currículum. Asesinar a un hombre desarmado y desprotegido, delante de su casa, a la vista de su familia. Un trabajo como para sentirse orgulloso, vamos.



¿Tan rematadamente mal está la ETA como para tener que contratar a un asesino a sueldo que le haga el trabajo sucio? ¿A esos niveles de decadencia han llegado?

O, quizá, los periódicos están manejando de forma errónea conceptos como sicario. Que hay mucho intrusismo profesional y mucho confusionismo en esto de matar por encargo.

Lo digo en serio: no lo sé.

Y la cosa, desde luego, no es baladí. Ni mucho menos...

Remy.



¡Asesinos a sueldo a mí! (1)


Me he propuesto publicar una serie de articulitos sobre los asesinos a sueldo que en mi corta vida he conocido. La serie va dedicada a mis compis de clan, mis klankides, para que aprendan de los grandes.

Grande grande es (¿debería decir "fue"?) Sacha Vodrine. Os contaré cierta historia que quizás tenga algo que ver con él.

En el otoño de 1972, como en todos los otoños de todos los años, se produjeron ciertos sucesos sangrientos. Un jubilado cayó al vacío desde la ventana de su apartamento en Colonia. Un hombre de negocios israelí apareció muerto en una calle de las afueras de París. Un ciudadano alemán desapareció en Santiago de Chile. Y un respetable doctor falleció durante una cacería en Bretaña. Nadie relacionó entre sí estos hechos.

Seis años después, en 1978, Sacha Vodrine pescaba tranquilamente en el Volga, cuando recibió una llamada que le hizo volar urgentemente a Francia. Y alguien supo que regresaba, que en 1972 ya había estado allí.

Ni existen pruebas ni existirán, pero se habló de cierto cabecilla del Partido Comunista Francés, el partido de los fusilados, de la Resistencia, que podría haber trabajado voluntariamente, en los años 30, en Alemania, en la fábrica aeronaval Messerschmitt, de donde salieron los aviones que luego bombardearon Londres y Guernica.

El tal cabecilla siempre negó que semejante episodio figurara en su intachable biografía de comunista, pero la hija del respetable doctor muerto en 1972, Madeleine Fignac, ella también comunista, pero de base, sospechó algo y comenzó a investigar.

NOVELA:
Thierry Jonquet: Del pasado hagamos tabla rasa (Du passé faisons table rase)
Gallimard, 2006

viernes, 7 de marzo de 2008

Esos doblajes...

Últimamente, mi Luigi y yo nos hemos enganchado, los miércoles, a una serie de la que habíamos oído hablar pero nunca visto: The Closer, con la subjefa (que bien se encarga de repetirlo cada dos por tres) Brenda Johnson al frente.

Bien, la serie se deja ver, aunque resulte demasiado ortodoxa para mi gusto, con el típico gracioso, el duro, la dosis necesaria de relaciones persolaborales (y eso que siempre se ha dicho que donde tengas la olla...).

A Luigi, Brenda le cae como una patada en los huevos. Dice que tiene la boca tan grande como la de José Vélez -aquel canario que cantaba en tiempos de los 300 millones- y tan rosa como un desfile de la Ruiz de la Prada; que es una marisabidilla y no sabe cómo no se ha ganado ya unas cuantas hostias en las muchas temporadas que lleva en antena; que las chaquetas y modelitos en general que luce le recuerdan a los de la tribu de los Brady; incluso a veces se pasa de machista y dice que parece que tenga un periodo de veintiocho días en lugar de un periodo cada veintiocho días, un periodo que le exigiría varios picos de Saldeva al día para aliviar las molestias.

A mí no me cae tan mal, tal vez sea por solidaridad femenina con las que no estamos como un queso, como esas tías desesperadas por ejemplo. Sin embargo, a quien no termino de tragar es al capitán Taylor. Vaya, no es que me caiga mal, que tampoco me ha hecho nada, es que simplemente no me termino de creer su papel.

Después de días con el asunto en la cabeza, y aprovechando las dotes investigadoras que he desarrollado en mi trabajo de suicidadora, he terminado por descubrir el motivo por el cual ese personaje no me encaja. Y todo gracias al Google, cómo no.

El caso es que, tras mucho divagar, llegué a la conclusión de que lo que no me gustaba del capitán Taylor era la voz (la doblada, que de la original no tengo nada que decir). Y tirando de memoria auditiva y del buscador por excelencia, me entero de que igual que hay actores a los que los directores encasillan en un tipo determinado de personajes, con los actores de doblaje sucede lo propio y una vez doblado un policía te llueven las ofertas para no salirte del gremio.

Pero, ¿cómo me va a resultar creíble el capitán Taylor si es el mismísimo jefe Wiggum de los Simpsons? Vale, llevará traje en lugar de uniforme, su piel no será amarilla sino negra, pero la voz es la voz. Y oigo a Taylor y sé que le falta un donuts en la mano. Y me giro y al volver a mirar la pantalla echo en falta al mocoso cobardica que tiene como hijo.

Claro, yo puedo compensar ese fallo con las imágenes, pero me pongo a pensar en el despiste que se llevarán los miles de invidentes que sigan la serie y me echo a temblar. Que aunque frío, también una tiene su corazoncito y a veces piensa en los demás.

No sé quién será el jefe de ese negociado, pero creo que no estaría de más que alguien estuviera atento a esos pequeños detalles, la verdad. Que cualquier día escuchamos a Gregory House hablando con la voz de Emilio Aragón (por aquello de que también fue médico en su día) y no es lo mismo, no eeeees lo mismoooooo.

jueves, 6 de marzo de 2008

Soy Jef Costello, alias El Samurai



Mi nombre es Jef Costello. Algunos, de los pocos que conocen mi existencia, me apodan 'El Samurai'. Porque soy hombre parco en palabras. Porque mi conducta se caracteriza por su profesionalidad y su discreción. Y porque mis actos se rigen por el estricto código del Bushido, el libro de honor de los samuráis japoneses.

Como Remy, trabajo como pistolero al mejor postor. Y quizás porque el susodicho es un incompetente, o tal vez porque lleva a cabo su labor con los mismos resultados que obtiene un elefante en una cacharrería y no es capaz de eliminar a sus objetivos con un mínimo de elegancia, recibí una amable invitación a formar parte de este Clan. Acepté de inmediato, porque hasta el tipo más solitario y discreto del planeta necesita compañía de vez en cuando. Y yo soy ese tipo.

Aunque, como decía, soy un hombre que mide muy mucho sus palabras, haré una excepción y pondré en negro sobre blanco mis reflexiones sobre los libros, los cómics y las películas que me acompañan en los períodos que van de un trabajo a otro. Pero no me presionen, o acabaré con cualquiera de ustedes sin que mi rostro refleje ni un ápice de emoción. Porque para sobrevivir en mi mundo es mejor dejar los sentimientos a un lado.

Así pues, bienvenidos a El Clan de los Sicilianos. Y por favor, tengan las manos a la vista.


PELÍCULA:
El silencio de un hombre (Le Samouräi, 1967).
Director: Jean-Pierre Melville.
Intérpretes: Alain Delon, François Périer, Nathalie Delon, Cathy Rosier.
(DVD: Manga Films).

Io sonno Merche Verdugo


Me llamo Merche Verdugo y no he estado en Sicilia en mi puta vida.
En realidad me llamo María Mercedes Gómez Verdugo, pero he elegido ese otro nombre artístico, más contundente y recordable, ya que voy a convertirme en una blogstar.
Acabo de cumplir treinta y dos años y éste es un dato importante, pues, según la Ley de Policía, ya no podré ser nunca madera, como era el sueño de mi vida. A quien conozca mi pasado le sorprenderá, pero yo siempre quise ser policía, por culpa seguramente de Starsky y Hutch, de Angie Dickinson y de Theresa Graves, que no sé si recordaréis que hacía una serie que se titulaba "La mujer policía". Os he puesto una foto suya para que os refresque la memoria. ¿O "La mujer policía" era la de Angie Dickinson? Ya me he liao.
En fin, la cosa es que no me hice policía, pero me acerqué bastante a su terreno desde el otro lado y por todo eso junto me me entró la afición a las pelis y las novelas de crímenes.

Siguiendo una tendencia constante en mi vida, he vuelto a juntarme con otras gentes de mal vivir que tienen esta misma afición y hemos formado este club siniestro al que espero aportar, por lo menos, mala leche.

¡Larga vida al Clan!

REMY, EL SICARIO

Llamadme Remy. Hace unos años –no hace falta precisar cuantos-, tenía poco dinero, o nada, en el bolsillo, y no había nada particular que me interesara en el mundo de la normalidad y la honradez, por lo que empecé a matar gente. Por encargo. Y me convertí en sicario. En asesino a sueldo.




Ahora, sin embargo, me he convertido en asesino a salario. Porque acabo de alcanzar un acuerdo con el famoso Clan de los Sicilianos. La Famiglia, o sea. Un acuerdo muy provechoso para ambas partes. Y es que en esto de los negocios hay que ser profesional. Muy profesional.

El Clan me ofrece una estructura sólida y bien organizada, descentralizada, tal y como son las empresas del siglo XXI. Porque, no se llamen a engaño, esto es un negocio. Y en el mundo globalizado, la muerte por encargo cotiza alto. Cada vez más.

Hasta ahora he sido autónomo. Pero siempre he querido pertenecer a una estructura estable. Mientras me permitan mantener mi independencia e individualidad, obviamente.

Explicar mi profesión es complicado. Lo reconozco. No es fácil que nadie empatice con un asesino a sueldo. Ahora, a salario. Y menos desde que esos hermanos, los Coen, han filmado la película ganadora de los Óscar de este año, “No es país para viejos”.

Reconozca usted, amable lector, que en cuanto han leído que me dedico a la vieja profesión de sacar gente de este mundo, usted ha pensado en Anton Chirgugh, ese desquiciado personaje interpretado por Javier Bardem. Y es verdad que Chirgugh cumple bien con los trabajos encomendados. Es eficaz. Pero no es eficiente. Porque es un psicópata. No es de recibo que el individuo vaya matando a diestro y siniestro, sin ton ni son, a tirios y troyanos. Son tipos como Anton los que dan mala fama a nuestra profesión.

Si realmente quieren saber cómo es nuestro trabajo, lean las novelas de Barry Eisler, protagonizadas por un mestizo japonés y americano que ha hecho del asesinato por encargo una de las más bellas y refinadas artes.

Sí. Confieso que he leído. Y visto películas. Porque los asesinos a sueldo también tenemos una vida fuera de nuestra profesión. Somos personas normales y corrientes, como usted, que paseamos por las calles, hacemos deporte y vamos a los bares.

Pero no quiero abrumarles. Ya tendremos ocasión de ir conociéndonos, poco a poco. Porque al entrar en el Clan de los Sicilianos, nos hacemos un poco más visibles, aunque sea una visibilidad virtual y a distancia.

¿Nunca quisieron conocer a un asesino a sueldo?

Ésta es su oportunidad.




Fdo.- Remy.



miércoles, 5 de marzo de 2008

Una nota con una dirección

La discreción que se supone debe mantenerse en asuntos como éste me impide dar demasiados datos sobre la identidad de quien, hace unas semanas, me hizo una oferta que –palabras textuales- no podría rechazar: ingresar en el Clan.


-¿Qué Clan es ése? –pregunté curiosa y con, por qué no reconocerlo, algo de temor.


-El Clan, cuál si no –fue todo lo que recibí co
mo respuesta.



Bueno, una no está habituada a que le hagan proposiciones –ni siquiera decentes- por la calle, así que lo primero que pensé es que cuánto loco anda suelto por ahí. Sin embargo, me conozco desde hace casi cuarenta años y sabía que no iba a poder dormir tranquila si no averiguaba algo sobre ese clan al que amablemente me habían invitado a unirme. Así que, ya en casa, saqué del bolso el papelito en el que había anotado la dirección, la memoricé y destruí el papel –en realidad se lo di de comer al perro, que siempre demuestra tener muy buen apetito independientemente de lo que le pongas delante de la boca- como he visto tantas veces en las películas de espías.


Me cambié de ropa, que siempre que salgo de la floristería vuelvo a casa con un olorcillo que no termina de gustarme. Me puse algo sencillo, ropa cómoda y zapatillas por si, como recomienda la canción, tenía que salir volada en un momento dado.


Abrí la puerta del estudio y ¡oh, milagro! mi hijo Giovanni no se encontraba chateando por una vez en su vida. El ordenador estaba, como siempre, conectado –el día que la SGAE se pase por mi casa se nos van a poner los huevos y/u ovarios de corbata-. Aproveché para sentarme al teclado y escribir en la barra del navegador la dirección memorizada:


http://elclandelossicilianos.blogspot.com


Intro y zas, ya no había marcha atrás.


Lo siento, el ripio es mío pero es que aunque me encanten las flores la poesía siempre se me ha dado fatal. El caso es que lo que vi me gustó, parecía gente maja a pesar de sus tendencias criminales, pero ya se sabe que, en el fondo, los ladrones somos gente honrada.


Y como mi padre decía que “donde se esté bien, pues buen rato”, aquí me tienen, enganchada a esta familia virtual que me permite olvidarme temporalmente de la real para hablar de lo nuestro, de esto y de lo otro, de nuestros crímenes literarios y cinematográficos, a veces de alguno real que nos llama la atención sobremanera.


Y aquí pienso seguir hasta que me den pasaporte. Y soy dura de pelar, llevo ya unas cuantas muertes en mi haber –todas consentidas, eso sí, que al primero que me llame asesina me lo cepillo-, así que no será fácil hacerme abandonar.


Pues buena soy yo.