La discreción que se supone debe mantenerse en asuntos como éste me impide dar demasiados datos sobre la identidad de quien, hace unas semanas, me hizo una oferta que –palabras textuales- no podría rechazar: ingresar en el Clan.
-¿Qué Clan es ése? –pregunté curiosa y con, por qué no reconocerlo, algo de temor.
-El Clan, cuál si no –fue todo lo que recibí como respuesta.
Bueno, una no está habituada a que le hagan proposiciones –ni siquiera decentes- por la calle, así que lo primero que pensé es que cuánto loco anda suelto por ahí. Sin embargo, me conozco desde hace casi cuarenta años y sabía que no iba a poder dormir tranquila si no averiguaba algo sobre ese clan al que amablemente me habían invitado a unirme. Así que, ya en casa, saqué del bolso el papelito en el que había anotado la dirección, la memoricé y destruí el papel –en realidad se lo di de comer al perro, que siempre demuestra tener muy buen apetito independientemente de lo que le pongas delante de la boca- como he visto tantas veces en las películas de espías.
Me cambié de ropa, que siempre que salgo de la floristería vuelvo a casa con un olorcillo que no termina de gustarme. Me puse algo sencillo, ropa cómoda y zapatillas por si, como recomienda la canción, tenía que salir volada en un momento dado.
Abrí la puerta del estudio y ¡oh, milagro! mi hijo Giovanni no se encontraba chateando por una vez en su vida. El ordenador estaba, como siempre, conectado –el día que la SGAE se pase por mi casa se nos van a poner los huevos y/u ovarios de corbata-. Aproveché para sentarme al teclado y escribir en la barra del navegador la dirección memorizada:
http://elclandelossicilianos.blogspot.com
Intro y zas, ya no había marcha atrás.
Lo siento, el ripio es mío pero es que aunque me encanten las flores la poesía siempre se me ha dado fatal. El caso es que lo que vi me gustó, parecía gente maja a pesar de sus tendencias criminales, pero ya se sabe que, en el fondo, los ladrones somos gente honrada.
Y como mi padre decía que “donde se esté bien, pues buen rato”, aquí me tienen, enganchada a esta familia virtual que me permite olvidarme temporalmente de la real para hablar de lo nuestro, de esto y de lo otro, de nuestros crímenes literarios y cinematográficos, a veces de alguno real que nos llama la atención sobremanera.
Y aquí pienso seguir hasta que me den pasaporte. Y soy dura de pelar, llevo ya unas cuantas muertes en mi haber –todas consentidas, eso sí, que al primero que me llame asesina me lo cepillo-, así que no será fácil hacerme abandonar.
Pues buena soy yo.
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