lunes, 24 de marzo de 2008

Juicios a la europea

De mi paso por la Facultad de Derecho guardo, al menos, dos buenos recuerdos. El primero, que fue allí donde conocí a quien luego se convirtió en mi marido. El segundo, a un profesor al que sus veinte años como estudiante y tuno simultáneamente le habían marcado tanto que siempre comenzaba la primera clase del año disfrazado de senador y cantando a los alumnos una canción de sus años mozos. El estribillo decía así (música: Tengo una vaca lechera):

Viva el Derecho Romano, que al esclavo manumite y a la esclava metemanu, tolón-tolón, tolón-tolón.

De la misma época es mi afición por las películas de juicios y las novelas en las que los abogados juegan un papel importante. ¿Quién no recuerda a esos doce hombres sin piedad encabezados por Henry Fonda, sin ir más lejos? ¿O la versión española para Estudio 1, con Bódalo, Alexandre, Osinaga, Puente y compañía? ¿Y qué decir, en otro registro muy diferente, de La costilla de Adán, con Spencer Tracy y Katharine Hepburn tirándose los trastos a la cabeza?




La lástima es que casi todo suele llegar de los USA, y allí los juicios siempre son la leche, quedan preciosos en pantalla, con esos abogados altos y guapísimos de la muerte que seducen con su verborrea imparable a los miembros del jurado, con fiscales empeñados en defender al estado de (póngase aquí el nombre del que se prefiera, hay unos cincuenta para elegir) de la conducta punible del presunto delincuente de turno, con su juez negro por aquello de lo políticamente correcto (hispanos, de momento, no se ven muchos), con las cadenas de televisión a las puertas de la sala esperando las declaraciones del primero que sale…

En Europa esto es muy diferente. Aquí las cosas son menos vistosas, los abogados no son tan superstars como los americanos y tal vez por ello los juicios no resultan demasiado literarios o televisivos. Así que da gusto encontrarse de vez en cuando con tipos como Guido Guerrieri, abogado como mi Luigi y protagonista de casos como Testigo involuntario o Con los ojos cerrados.

Guerrieri, en tiempos, defendía sólo las causas nobles. Nobles para su bolsillo, claro. Sin embargo, de un tiempo a esta parte y no sé si por limpiar su conciencia, se dedica a aceptar otros asuntos que nadie quiere. Por ejemplo, el juicio de una mujer maltratada por un marido poderoso, hijo de un hombre todavía más poderoso al que ningún picapleitos de Bari se quiere enfrentar. En esta complicada tarea no está solo, pues cuenta con la inestimable ayuda de una monja ciertamente peculiar que dirige la casa de acogida en la que se refugia la víctima de los malos tratos, formando una pareja verdaderamente explosiva.

Claro, en las pelis americanas siempre suelen ganar los buenos, me imagino que por tranquilizar a la clase media americana que paga sus impuestos y todas esas cosas. Esto, lo sabemos, no deja de estar bastante alejado de la realidad, en la que tristemente tener la razón no significa necesariamente salirte con la tuya. Pero no quiero adelantarme a los hechos. Es preferible, si te apetece, que le eches un ojo al libro y luego hablamos.

Con los ojos cerrados
Gianrico Carofiglio
Plata Negra

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