martes, 25 de marzo de 2008

MISIÓN EN ÁFRICA

Dos veces lo he tenido en el punto de mira. Dos. Y en ambas ocasiones ha conseguido zafarse, el suertudo bigotudo. ¿Estoy perdiendo facultades?

De antes de unirme al Clan de los Sicilianos guardo algunos encargos hechos que, por su larga duración en el tiempo, aún no he terminado. Hace un par de años, por ejemplo, cierta gente se mostró nerviosa cuando un escritor español comenzó a indagar en una de esas historias del África ignota que a nadie interesa que salgan a la luz.

No sé si habrán oído hablar de un tal Sankara, uno de esos negros revolucionarios que, surgidos de la estela del guevarismo más utópico, pretendieron cambiar África. Un militar insolente e impertinente que, cuando llegó al poder, llamó la Tierra de los Hombres Íntegros a su país, luchando contra la corrupción, pretendiendo educar al pueblo y, lo que es peor, demarcándose de los dictados de la metrópoli francesa en cuya órbita giraba esa nadería que es Burkina Faso.

Lógicamente, cuando el nombre de Sankara empezó a hacerse popular, alguien decidió que había que poner remedio a tal desatino. Y así se hizo, hace veinte años, de forma discreta. Un negro más, caído en la barbarie que es el indomesticable continente africano, en otro de esos típicos golpes de estado cainitas que tan habituales son en ese continente.

Pero hete aquí que va un profesor del pueblo canario de Agüimes y se pone a husmear en la historia de Sankara, preguntando por aquí y allá, entrevistándose con quiénes le conocieron, rastreando archivos... hasta que escribe un libro, lo presenta a un concurso, y lo gana.




Otro día hablaremos sobre ese pueblo, Agüimes, nido de radicales, outsiders de la política nacional, a contracorriente del famoso tsunami bipartidista que gobierna España. Porque ahora quiero contar cómo el señor Lozano, que así se llama el peligroso individuo en cuestión; ha pasado unos días en Senegal, a dónde le he seguido con el inequívoco fin de cerrarle la boca para siempre. Y confieso que he fracasado.

En mi descargo diré que el señor Lozano es hábil. Muy hábil. Se rodeó de un séquito de acompañantes bastante numeroso, a la vez que dispar, lo que complicó enormemente mi trabajo. Iba, por ejemplo, su hermano Carlos, un individuo nervioso e imprevisible, siempre en movimiento, durmiendo mientras los demás se divertían y velando el sueño de éstos desde primeras horas del amanecer. Un tipo nervudo, al que se le notaba su amplio conocimiento de artes marciales y kickboxing. Iba, también su hermana. Una señora tranquila y sosegada, inquisitiva, discreta, pero de ojos vivaces, siempre alerta. Como la misteriosa señora que la acompañaba, a sol y sombra.

Alquilaron un autobús, pilotado por un chofer local, un tipo alto y delgado con pinta de buena gente. Uno de esos tipos, precisamente, de los que no te podías fiar. El hombre de confianza de Lozano parecía ser un tal Santiago, su mano derecha y tesorero del grupo, hombre resuelto y decidido, otro tipo vivaz que no se estaba quieto ni debajo de agua. Además, dos sujetos de cerca de dos metros de altura jalonaban los pasos del grupo, fueran en lanchas que surcaban las aguas de los ríos, fuera caminando por los mercados de Saint Louis y Dakar.

Mujeres no faltaban en la expedición. Dos aparentemente sosegadas señoritas, que le acompañaron desde Agüimes y tres más que se unieron a la expedición desde la levantisca ciudad de Granada, incluyendo a una gitana rabuda, instintivamente preparada para detectar cualquier amenaza que se cerniera sobre el grupo. Y una gallega de A Coruña, que no se sabía si iba o si venía, junto a una catalana tan jovial como seguramente letal, a la hora de acabar con un potencial enemigo. Además, otro miembro de la familia Lozano, la joven Carolina.

Y tres singulares personajes más. Un guardaespaldas apodado Pepe, que siempre era el último en subirse al autobús, encargado de confraternizar con las fuerzas vivas locales; un lobo solitario procedente de Marruecos y... ¡un mago!

Dos veces lo tuve en el punto de mira. Una noche, en el hotel situado en una reserva ornitológica. Era de noche y el ambiente era jovial. Había baile y bebida y, en mitad del fragor de la fiesta, pensaba liquidar el asunto. Pero el tal Magomigue se interpuso en mi camino. Había sacado a Lozano para que le ayudara en uno de sus números, mientras hacía una interpretación a los miembros de la comitiva. Estaba Lozano, ufano, viendo cómo una servilleta se convertía en un billete de banco cuando Migue, en un imprevisto rien ne va plus, hizo desaparecer de la escena a su improvisado ayudante, esto es, a mi objetivo letal. Visto y no visto.

A la mañana siguiente, los expedicionarios se embarcaron en una lancha, por los canales del río. Me aposté sobre un árbol y esperé a que la barca estuviera lo suficientemente cerca. Fijé mi objetivo, apunté cuidadosamente y, cuando me disponía a ejecutar la acción, un enorme pájaro bajó en picado desde el cielo y me arrebató el rifle con sus garras.
Guardaespaldas de Lozano, en la lancha. Mamones... (Foto: Panchi)

- Era algo así como un águila – le decía al camarero con el que charlaba, para ahogar mis penas.
- ¿Blanco su plumaje?
- Sí. Una especie de águila pescadora.
- ¡No! Se trataba, sin duda, de un Bigardo Vocinglero.
- ¿Eh? Bueno, qué se yo. Un águila ¿no?
- ¡¡NO!! Un bigardo vocinglero no es un águila. Ni mucho menos.

Hay que joderse. No sólo había perdido el rifle, sino que, además, alguien les dio un soplo a los expedicionarios, que se pasaron todas las noches bien atentos y alertas, pendientes de una latente amenaza exterior. Los muy capullos hablaban de un Lobo, cuando todo el mundo sabe que el sicario tirador por excelencia era un Chacal.

Total, que lo dejé correr. Sin armas de largo alcance, cualquiera se acercaba a Lozano, siempre rodeado de su gente. Coño. Que no se quedó solo ni a sol ni a sombra. Al menos, no parece que haya hecho relaciones extrañas en su viaje. Contactó con algunos maestros y médicos, a los que hizo entrega de diverso material y no dejó de trastear en todos los bares de la zona, tirando de su cohorte, compró máscaras y unos horribles cuadros africanos y, en general, se dedicó al dolce far niente, llegando a cantar en público no se qué de un Cruzaíto y un Robocop.

Y lo mismo, sin saberlo, Lozano ha salvado su vida. Recién terminada la celebración del año Sankara, en nuestro hombre tuvo participación activa, esperemos que se olvide otra vez la figura del revolucionario africano y que el libro ése, “El caso Sankara”, publicado por la editorial Almuzara, sea guillotinado una vez termine su distribución.

Que no entiendo ese empeño por sacar a la luz la obra de un militar que apuesta por el poder civil, la alfabetización de su pueblo, la africanización de las costumbres burkinesas o la mejora de la sanidad. Un presidente que fue contra la tradición, prohibiendo la ablación del clítoris de las chicas y solicitando la condonación de la deuda externa.

¿Quién quiere un presidente así para cualquier país de África?

Pues eso.

Que a ver si se olvida ya ese legado y los escritores se dedican a escribir sobre esas inofensivas pijadas que les son tan queridas, en vez de meterse donde no les llaman, en berenjenales políticos y en cuestiones internacionales que en nada les competen.



Fdo.- Remy, en misión senegalesa.



6 comentarios:

Merche Verdugo dijo...

Oye, Remy, tío, ¿y qué pasa cuando tienes un encarguito así y no lo cumples? ¿Te limpian el forro a ti?

Anónimo dijo...

¡Que buen capitulo Remy, es genial. Que bien mezclas lenguaje mafioso y humor! Un consejo de guardaespaldas: cuando te lo cargues, que parezca un accidente. Pepe

Jesús Lens dijo...

Remy no tira la toalla, pero es que Antonio es tan buena gente... Merche, cuando uno falla en estas cuitas, hay que cargarse de razones para justificar ¿lo injustificable?

Pepe, no vas desencaminado...

Merche Verdugo dijo...

¿Cargarse de razones? Yo pensaba que los sicarios sólo os cargabais de munición.

Anónimo dijo...

¿Es usted Remy no? Un chivato blogero de barrios bajos me ha dado esta direccion para contactar con usted. Y lo hago porque hace un tiempo que le observo, sigilosamente, como quiere cargarse a Antonio Lozano. Y se nota, en sus procedimientos, que usted no es muy experto en convertir tipos en fiambres. Disculpeme, pero crei morir de risa cuando aquel pájaro le arrebató su rifle. Y si gracia tuvo lo del ave, la cara de usted era para enmarcar. Menos mal que no me oyó ni reir ni toser, el Chesterfield me va a matar, porque estaba bastante cerca de usted. Incluso ahi no se dió cuenta de mi presencia. Aunque no lo conozco, usted me cae bien. Al seguirle he descubierto que juega al basket con estilo y soltura, y eso es agradable de ver en una cancha. Asi pues, como no le veo muy fino a la hora de mandar estorbos al otro barrio, le voy a proponer un trato: poder ayudarle, cuando usted me necesite, y hacer de confidente suyo en la búsqueda de Antonio. Esto le va a costar diez de los grandes. Si acepta, recibiré la mitad ahora y le diré donde estará Antonio Lozano entre el 11 y el 20 de Julio. Le dará tiempo a organizar un plan, con mi ayuda si la desea, y el resto del dinero me lo dará, en billetes usados de 50, cuando usted haya acabado con su objetivo, o sea a muy tardar, el dia 21. No lo piense mucho porque tengo mis propios encargos y no me queda mucho tiempo libre. Para usted soy J&R

Jesús Lens dijo...

J&R, cuente con ello. Ya estoy contando la pasta...