miércoles, 30 de abril de 2008

Chicas malas (4): Verna Bernbaum


Verna no era un bellezón, sino algo mucho peor: una de esas mujeres capaces de agarrar a los hombres desde muy hondo, muy profundo, muy muy adentro. Y ésas son las hembras verdaderamente peligrosas; las que te hacen preguntarte qué demonios tendrán, qué darán a los hombres para tenerlos de tal manera y cantidad a sus pies.

Inexpresiva y tristona, Verna tenía, sin embargo, sentido del humor y solía dar alguna réplica simpática al duro de Tom Reagan:

VERNA: ¿No tienes nada más que hacer que perseguirme?
TOM: No, ahora me dedico a intimidar a débiles mujeres.
VERNA: Pues busca a alguna e intimídala.


Durante un tiempo a Verna se le presentó un dilema viejo como el mundo: tenía, por un lado, a un hombre mayor y poderoso, que la quería y le daría bienestar, pero al que ella no amaba; por otro, un hombre que la volvía loca; loca de amor y de odio a la vez, de pura pasión; un hombre que, estaba claro, le daría muy mala vida.

Verna no tuvo que reflexionar mucho: este segundo hombre (el duro de Tom, como ya habréis adivinado), metió la pata con ella, la fastidió y Verna no perdonó: se fue con el maduro y Tom se quedó sin los dos.

Aprended, chicas malas del mundo, de Verna, que tuvo la cabeza fría y el corazón de hielo y tomó la decisión adecuada. ¡Bien por Verna!


PELÍCULA:
Muerte entre las flores (Miller's Crossing, EEUU, 1990)
Directores: Joel y Ethan Coen
Intérprete: Marcia Gay Harden

lunes, 28 de abril de 2008

Una buena chica entre tanta chica mala

Merche, corazón, llevas días ilustrándonos convenientemente (y espero que lo sigas haciendo) sobre esa categoría de chicas malas que tanto nos alegran la vida y, por contraste, me ha venido a la cabeza una chica buena a la que conocí hace un par de años: Alejandrina Yolanda Jalisco (AY Jalisco para los amigos).

Alejandrina Yolanda Jalisco es fea, desgarbada, desgraciada en amores sin que ello la haga ser afortunada en el juego…

Alejandrina Yolanda Jalisco llegó a la ciudad de los rascacielos huyendo de una madre borracha y de un padre que la utilizaba como objeto sobre el que descargar su agresividad.

Alejandrina Yolanda Jalisco no sabe cómo llegó a convertirse en detective, sólo sabe que es un modo de vida como cualquier otro.

Alejandrina Yolanda Jalisco es hija de Carlos Trillo y del maestro del blanco y negro, Eduardo Risso.

Alejandrina Yolanda Jalisco es entrañable, tierna y un desastre con patas que se hace querer.

Alejandrina Yolanda Jalisco es una muchacha a la que, a pesar de todo, incluso de las negativas de mi Luigi, que no quiere saber más de críos, no dudaría en adoptar. Desde luego, tiempo para aburrirme no me iba a quedar demasiado.


CHICANOS 1: POBRE, FEA Y DETECTIVE
Autores: Carlos Trillo y Eduardo Risso
NORMA EDITORIAL
Colección: CÓMIC NOIR

sábado, 26 de abril de 2008

Se necesitan sicarios. Razón: aquí.

Por exceso en la producción, se necesitan sicarios para viajar, con urgencia, al norte de México.

Para mayor información, leer esta noticia: Al menos 14 muertos en varios enfrentamientos entre sicarios en Tijuana.

Los procesos de selección comenzarán ya.

viernes, 25 de abril de 2008

Chicas malas (3): Melanie Daniels


Melanie Daniels era una pija locuela y gamberreta, que es la única especie de pija que me cae bien a mí. Sus locuras y gamberradas rozaban en ocasiones lo delictivo y por eso la habían medio emplumado (pájaros; emplumar; qué juego de palabras más pésimo) alguna que otra vez. Nada grave; de eso se encargaba su poderosísimo e influyente papá.

La señorita Daniels era descaradilla y echá palante, para el gusto de la buena sociedad de San Francisco, claro, porque en mi barrio habría sido una ursulina. Con todo, no se cortaba un pelo si tenía que mentir como una bellaca para conseguir sus propósitos y sus propósitos se llamaban Mitch Brenner, abogado, buen chico y musculitos. Melanie se colgó de él porque le dio cañita y lo persiguió hasta la casa de su familia, tras conducir como una loca un descapotable y manejar un bote con motor fuera borda con abrigo de pieles, falda de tubo y tacones. Que es un puntazo, quieras que no.

Melanie no fue bien recibida en casa de Mitch. Éste tenía a su alrededor una fortaleza inexpugnable construida nada más y nada menos que por: a) una ex novia pasiva agresiva; b) una hermanita pequeña huerfanita; y c) una madre loba recién enviudada con cara de vinagre y horror a que su adorado hijito la dejase sola. La santa madre, lectora habitual de la prensa cotilla, conocía a Melanie porque el verano anterior la habían arrestado por bañarse desnuda en una fuente de Roma. No es ésa la mejor tarjeta de presentación ante una potencial suegra.

Para colmo, coincidiendo con su llegada a Bodega Bay, los pájaros del pueblecito y alrededores se vuelven locos, se dedican a atacar a indefensos humanos y ya hay quien relaciona tal hecho extrañísimo con la pérfida e infernal Melanie y su pasado escandaloso.

Pero toda mujer, por malévola y demoníaca que sea, se redime mediante el sufrimiento. Y a Melanie le tocó sufrir un rato. Las gaviotas chaladas la picotearon sin piedad en todo el cuerpo, menos en sus hermosos ojos perfectamente maquillados. Sólo así se ablandó el corazón de su feroz suegra y consiguió que le sonriera un poquillo.

Aprended, pues, de Melanie, chicas malas del mundo y sabed que la mujer que no sufre siempre es sospechosa y que si queréis haceros pasar por virtuosas, no tenís más que fingir que lo vuestro es na más que de sufril y que de sufril.


PELÍCULA:
Los pájaros (The birds, EEUU, 1963)
Director: Alfred Hitchcock
Intérprete: Tippi Hedren

martes, 22 de abril de 2008

Mafias norteñas

¡Qué razón tenía ese que dijo que “unos cardan la lana y otros llevan la fama! Y si no que se lo pregunten a Giorgio Pellegrini, ese terrorista italiano de extrema izquierda que huyo del país en los setenta tras matar a un guardia de seguridad en un atentado. Porque mucho hablan de nosotros, los sicilianos, o los calabreses, o las gentes del sur en general, pero ¡hay que ver como las gastan los del norte!


Después de pasar por varios países centroamericanos, participando en la guerrilla y descubriendo que, a su lado, sus ex compañeros italianos eran auténticos niños sin destetar; después de camelarse a algunas cuarentonas (se ve que tiene buen gusto el chaval) que le ayuden a sobrevivir; y después de pedir ayuda a otros exiliados en París cuando decide que ya lleva demasiados años oculto y tal vez sea la hora de reintegrarse en la sociedad, Pellegrini acepta un trato que, a cambio de varios años en prisión, le convertirá en un hombre rehabilitado.


Pero claro, no cuenta con las mafias del norte, las que operan en el Véneto disfrazadas de ilustres abogados o respetables hombres de negocios y, de paso, controlan el tráfico de drogas o la prostitución. Y no cuenta tampoco con que para volver a llevar una vida normal deberá pagar por favores realizados a un policía no sólo corrupto sino además deshonesto, lo que ya debe ser la leche. Y deberá refugiarse de nuevo en las cuarentonas que tanto le atraen. Y deberá volver a matar, desde luego. Porque si uno aspira a llevar una vida normal, en ocasiones son necesarios algunos desmanes sin importancia.


Y todo eso en el rico norte, no en el pobre sur dominado por los que siempre hemos tenido mal nombre. Pues eso, que lo de la lana y la fama.


Hasta nunca, mi amor

Massimo Carlotto

EMECÉ


jueves, 17 de abril de 2008

Chicas malas (2): Anabel Lorgnac


Con veinticinco añitos, Anabel Lorgnac ya había vivido un gran amor y ya había pasado por la cárcel.

Su amor se llamaba Marc y era de esa especie de idiotas irresistibles que te arrastran por el peor de los caminos, pero tú te dejas llevar porque sencillamente sientes que no puedes hacer otra cosa. Sé que sabéis de qué hablo.

Marc la metió, en fin, en un tiroteo contra la policía en el que el muchacho resultó muerto y ella, detenida y condenada.

Cuando salió de la cárcel, todavía tenía el corazón roto y vivía un poco en estado vegetal, entre un empleo cutre y un apartamento más cutre todavía, porque las chicas, cuando salen de la cárcel, y sobre todo cuando quieren cambiar de vida, lo pasan mal, pero que muy mal, porque los años de talego ocupan mucho espacio en el currículum y el mundo no está precisamente lleno de buenas gentes dispuestas a contratar a ex presidiarias. Dispuestas a explotarlas, en cambio, sí; de eso hay mucho.

Y, así, Anabel, que tenía sus estudios universitarios de Enfermería y había trabajado en hospitales públicos antes de entrar en prisión, se vio obligada a desperdiciar su valía y sus conocimientos haciendo piercings y tatuajes. Eso la puso en contacto con un mundo que ni sabía que existía. Bueno, en realidad, nadie sabe que ese mundo existe, excepto quienes lo habitan, precisamente porque se cuidan muy mucho de sacarlo a la luz. Para no meterme en problemas, hablaré con media lengua, sin que sirva de precedente, y diré solamente que la hipocresía humana oculta mucho y que, cuanto más hay que ocultar, mas afeites, cristales distorsionadores, joyas deslumbrantes y efectos de encandilamiento se necesitan.

Pero para Anabel todo cambió cuando conoció al señor Jacob.


NOVELA:
Thierry Jonquet: Ad vitam aeternam
Éditions du Seuil, 2002

lunes, 14 de abril de 2008

¿Autónomos o multinacionales?

Mi Luigi y yo firmamos hace años un documento por el que nos comprometíamos, por el bien de nuestra relación sentimental, a no traernos el trabajo a casa. O sea, yo no le hablo de mis suicidios y él no me da la vara con los matrimonios (otra forma de suicidio, pero mejor vista socialmente) que ayuda a disolver desde su despacho de abogado.

Pero es que una lee noticias como la que sigue y no puede dejar de comentarlo con el pariente, claro.

Dignitas desea extender suicidio asistido a personas depresivas. La organización espera beneficiarse de un vacío de las leyes helvéticas para extender este servicio.”

“Ya te dije que tu negocio se terminaría un día u otro”, me comenta Luigi, como quien no quiere la cosa, al enterarse del asunto. “Y cuando esto lo cubra la Seguridad Social, ni te cuento”. Y tiene razón el picapelitos, hay que joderse, tiene razón.

Y es que el segmento de mercado en el que han actuado hasta ahora empresas como Dignitas o los servicios de salud estatales de unos pocos países nunca ha sido mi segmento de mercado. Jamás he aceptado como cliente a una persona con una enfermedad terminal, pues en ese caso seguro que habría terminado haciendo el trabajo gratis, que bastante tienen los pobres con lo que tienen.

No, mis clientes son personas sanas que, por la razón que sea (nunca pregunto por qué alguien quiere encargar su propia muerte) han decidido irse al otro barrio y no tienen el valor necesario para hacerlo por sí mismos. El valor o los medios, que, como suelo decir, a ver quién es el guapo que tiene una viga a mano o una araña de esas de bronce de la que colgarse, que las casas de ahora ya no son como las de antes. Vamos, que te cuelgas de una lámpara del Ikea y, como mucho, te tuerces un tobillo en la caída.

Pero claro, si las multinacionales pretenden que la legislación les permita extender sus servicios a individuos que atraviesan por un mal momento personal y, por tanto, sí pueden ser mis clientes, ¿qué queda para los autónomos como yo? ¿tendremos que terminar trabajando a nómina para Dignitas S.A., EasyDeath Co. Ltd. o similar?

Por el bien de mi negocio espero que siempre haya clientes que prefieran un trato más familiar, una atención más personalizada que la que proporcionan estas cadenas deshumanizadas. Que no es lo mismo comprarle la fruta a la verdulera de la esquina que hacerlo en una gran superficie, en la que tú coges la piezas, las pesas, le pones la pegatina con el precio a la bolsa y no ves a una persona hasta que llegas a la caja. Pues con los suicidios, igual.

Si no, me veo aceptando casos en los que nunca he entrado y entonces pasaré a ser competencia directa de verdaderos sicarios como quienes me acompañan en este Clan.

Lo siento, chica y chicos, pero de algo hay que vivir.

viernes, 11 de abril de 2008

Nueva serie: Chicas malas (1)

Nunca me he creído esos cuentos chinos de que las mujeres somos ángeles bondadosos, mensajeras de la paz y criaturas celestiales. Quien diga eso, desde luego, no conoce a mi familia. Ni a mi familia ni la historia de la humanidad, pues no hace falta ser muy leída (yo no lo soy, desde luego), para toparse con señoras que asesinaron, arrasaron y sembraron el mal por doquier.

Así que, para demostrar que la maldad no tiene sexo, voy a ver si formo un grupito de malas malísimas y os las doy a conocer, u os las presento desde mi particular punto de vista, para que no olvidéis, señores lectores míos, que hay que tenernos miedo, mucho miedo.

No sólo hablaré de chicas malas, también meteré en el saco a algunas buenas que me caen bien, pero sin cambiar el título de la serie, porque si la llamo "Chicas buenas", no la lee ni dios.

Y para ilustrar esta entradita, os pongo una foto de Tokio Hotel, ese grupo extraterrestre que vuelve locas a las niñas de mi barrio y canta engendros cuyos versos acaban siempre en "you". Os preguntaréis qué tiene que ver Tokio Hotel con las chicas malas: pues que hasta hace cuatro días yo pensaba que el cantante era una de ellas.

martes, 8 de abril de 2008

Asunto familiar grave

Así recuerdo que acababan algunos avisos radiofónicos cuando todavía no existían los móviles. Ibas tranquilamente en el coche y, de repente, el locutor o locutora se ponía a buscar desesperadamente a algún conductor que debía establecer contacto con su domicilio por un asunto calificado como familiar y grave.

Tan familiar y grave como esto que sigue.

27 de octubre de 2002. Carlos Carrascosa regresa a su domicilio, en el country Carmel, una de esas exclusivas urbanizaciones protegidas por vigilantes privados que tanto abundan en Argentina.

Sube al baño. Su mujer, María Marta García Belsunce, yace muerta, desangrada y apoyada en la bañera. Si la urbanización está tan vigilada, nadie ha podido entrar ni salir sin ser observado, luego se trata de un accidente o el asesino todavía sigue dentro.

Cinco o seis orificios en la cabeza son muchos para que se trate de un accidente. Un casquillo de bala encontrado en el mismo baño parece concluyente, pero tal vez si se arroja por el inodoro… Después, tan sólo se trata de encontrar un forense dispuesto a firmar un certificado de defunción por accidente (resbalón en la bañera, por ejemplo), tapar el asunto lo antes posible si es preciso recurriendo a fiscales o jueces amigos y la familia al completo quedará, una vez más, a salvo.

Otro crimen impune, qué le vamos a hacer.

Hasta aquí, la realidad. ¿O la ficción? Aquí y aquí, más información sobre el caso.

Desde aquí, la ficción. ¿O la realidad? No sé, es lo que cuenta Raúl Argemí en su Retrato de familia con muerta, novela ganadora del II Premio L’H Confidencial y que acaba de publicar Roca Editorial.

Retrato de familia con muerta
Raúl Argemí
Roca Editorial

II Premio L'H Confidencial

domingo, 6 de abril de 2008

Bye, Bye


Charlton Heston
(1924 - 2008)

Touch of Evil

sábado, 5 de abril de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (6)


Contactar con un asesino profesional no es fácil. Requiere paciencia, saber hacer, tenacidad y, sobre todo, buena suerte.

Dejar caer unas frases en un bar de mala fama, una confidencia en el andén de una estación, desencriptar la web adecuada y listo, suficiente, ya está todo dicho.

A veces la información se extravía, se adentra en meandros lodosos, se pierde, se diluye. En otras ocasiones, por el contrario, rebota como la bolita de acero de las máquinas de petacos, que se da de golpes contra el cristal. Es cosa del destino, el hado, el azar o la necesidad, vaya usted a saber. La bolita va chocándose contra los obstáculos, sale disparada de uno a otro, una y otra vez. Hasta que la noticia llega a oídos atentos, receptivos. Y, de repente, game over, se acaba el juego y comienza el baile.

Los intermediarios actúan frenéticamente. El encargo avanza inexorable hasta su destinatario, el verdugo, porque hay que llamarlo así. A partir de ese momento, todas las cartas están sobre la mesa. La Muerte, serena, escruta el desarrollo de la partida, espía los gestos de los jugadores, sondea el menor latido de su corazón, les toma el pulso, sin que se den cuenta. Babea de gusto, encantada con el espectáculo. Le van a facilitar la tarea, le van a hacer el trabajo sucio, ¿qué más se puede pedir?

Thierry Jonquet: Ad vitam aeternam
Éditions du Seuil, 2002

jueves, 3 de abril de 2008

And the winner is...


Por la cara que pone, nuestro amigo Hercules Poirot no parece terminar de creerse haber sido elegido como el investigador favorito de las novelas de la Christie. Pero así son las cosas, con 11 votos (por 5 para la señorita Marple y 1 que considera a ambos unos petardos), el belga ha resultado ser el ganador de la primera encuesta que los Sicilianos ponemos en marcha.

Gracias a todos por participar, enhorabuena a los ganadores (como se suele decir) y os emplazamos a dar vuestra opinión en el próximo dilema que se nos ocurra un día de estos.

miércoles, 2 de abril de 2008

Torpe, más que torpe

Mira que hay gente torpe suelta por el mundo. O peseteros, vete tú a saber, que por no contratar a un profesional como cualquiera de mis compañeros (insisto en que lo mío son los suicidios consentidos), para eliminar a un rival montan unos chochos de mil pares de narices.

Me refiero, por ejemplo, a Ed Crane, ese mediocre peluquero de un pueblecito perdido en la California profunda que, un buen día, descubre que su mujercita Doris le pone unos cuernos como los de Rodolfo el Reno con uno de sus amigos, propietario de unos grandes almacenes (grandes para la escala en la que nos estamos moviendo, no olvidemos lo del pueblecito perdido en la California profunda).

Pues bien, al torpe de Ed no se le ocurre otra que chantajear al tipo que se revuelca con su parienta. Diez mil dólares serán suficientes, es lo que necesita para incorporarse como socio capitalista de un embaucador que acaba de visitar la localidad. El negocio, emergente entonces y bien implantado en la actualidad: la limpieza en seco de prendas de vestir.

Y cuando las cosas se tuercen, mete el cazo hasta el fondo por lo que te decía antes, por no recurrir a profesionales. La cadena de desgracias provocadas por el peluquero llegaría de aquí a la China Popular, que diría aquel. Desgracias tragicómicas, eso sí, que los Coen saben de esto un rato largo.

Bien, espero que al menos la historia sirva de ejemplo y que cada cual entienda que debe centrarse en lo que conoce, los peluqueros en sus pelos, los carpinteros en sus maderas, los fontaneros en sus tuberías… Y cuando haga falta un profesional del ramo, pues ahí están Merche, Remy, Jef…

Que todo el mundo tiene derecho a vivir de su trabajo, coño.


El hombre que nunca estuvo allí (2001)
Director: Joel Coen
Guión: Joel Coen y Ethan Coen
Intérpretes: Billy Bob Thornton (Ed Crane), Frances McDormand (Doris Crane), Michael Badalucco (Frank Raffo), James Gandolfini (Big Dave), Katherine Borowitz (Ann Nirdlinger), Jon Polito (Creighton Tolliver), Scarlett Johansson (Birdy Abundas), Richard Jenkins (Walter Abundas), Tony Shalhoub (Freddy Riedenschneider), Adam Alexi-Malle (Jacques Carcanogues), Peter Schrum (William von Svenson).

sábado, 29 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (5)

La primera impresión que tuve de Oleg fue equivocada. Lo conocí durante un trabajito que hizo en la Bretaña francesa, una faena limpia de ésas que no dejan ni mal olor y que parecen en todo un accidente. Me pareció un sádico, un tipo con sangre de hielo; me dejé llevar por mis abundantes prejuicios racistas y, como era ucraniano, pensé: "Una bestia parda". Pero luego fui sabiendo más de él.

Oleg vivía en Pitria, al ladito de Chernóbil. El accidente del reactor nuclear le pilló mocito: tenía diecisiete años y vio morir, por este orden, a su padre (era bombero y tuvo que ir a apagar las llamas de la central), su madre y sus hermanos pequeños. Luego vio morir a muchos niños más, pues los acompañó, como monitor, a Francia, donde almas médicas caritativas les ofrecieron tratamiento. También se trató el propio Oleg, pues, al final, el cáncer lo atrapó.

Oleg se convirtió en aliado de la muerte y se dedicó profesionalmente a limpiar forros ajenos a cambio de elevadas sumas, pues (creo que no lo había dicho antes) sacar del mundo a la gente que te estorba no está al alcance de cualquiera. A mi alcance, desde luego, no.

Así, haciéndose pasar por guía turístico, Oleg encadenaba un encarguito tras otro mientras su monstruo interior se hacía cada vez más grande. Hasta que un día recibió una oferta como ninguna otra, vio lo que nunca había visto antes y, paradójicamente, se le abrió una puerta a la esperanza.

NOVELA:
Thierry Jonquet : Ad vitam aeternam
Éditions du Seuil, 2002

jueves, 27 de marzo de 2008

¿Por qué siempre se tienen que ir los mejores?



De acuerdo, tal vez resultase un poco sádico, innecesariamente violento en ocasiones, incapaz de contener esa risa enfermiza que tanto le marcó mientras veía caer a una pobre anciana por las escaleras. Quizás sus métodos y motivaciones pudieran resultar cuestionables. Tal vez se ensañaba en exceso cuando se entregaba a su trabajo, pero hay que reconocer que Tommy Udo fue uno de los mejores en este oficio nuestro.

Descanse en paz un compañero.

martes, 25 de marzo de 2008

MISIÓN EN ÁFRICA

Dos veces lo he tenido en el punto de mira. Dos. Y en ambas ocasiones ha conseguido zafarse, el suertudo bigotudo. ¿Estoy perdiendo facultades?

De antes de unirme al Clan de los Sicilianos guardo algunos encargos hechos que, por su larga duración en el tiempo, aún no he terminado. Hace un par de años, por ejemplo, cierta gente se mostró nerviosa cuando un escritor español comenzó a indagar en una de esas historias del África ignota que a nadie interesa que salgan a la luz.

No sé si habrán oído hablar de un tal Sankara, uno de esos negros revolucionarios que, surgidos de la estela del guevarismo más utópico, pretendieron cambiar África. Un militar insolente e impertinente que, cuando llegó al poder, llamó la Tierra de los Hombres Íntegros a su país, luchando contra la corrupción, pretendiendo educar al pueblo y, lo que es peor, demarcándose de los dictados de la metrópoli francesa en cuya órbita giraba esa nadería que es Burkina Faso.

Lógicamente, cuando el nombre de Sankara empezó a hacerse popular, alguien decidió que había que poner remedio a tal desatino. Y así se hizo, hace veinte años, de forma discreta. Un negro más, caído en la barbarie que es el indomesticable continente africano, en otro de esos típicos golpes de estado cainitas que tan habituales son en ese continente.

Pero hete aquí que va un profesor del pueblo canario de Agüimes y se pone a husmear en la historia de Sankara, preguntando por aquí y allá, entrevistándose con quiénes le conocieron, rastreando archivos... hasta que escribe un libro, lo presenta a un concurso, y lo gana.




Otro día hablaremos sobre ese pueblo, Agüimes, nido de radicales, outsiders de la política nacional, a contracorriente del famoso tsunami bipartidista que gobierna España. Porque ahora quiero contar cómo el señor Lozano, que así se llama el peligroso individuo en cuestión; ha pasado unos días en Senegal, a dónde le he seguido con el inequívoco fin de cerrarle la boca para siempre. Y confieso que he fracasado.

En mi descargo diré que el señor Lozano es hábil. Muy hábil. Se rodeó de un séquito de acompañantes bastante numeroso, a la vez que dispar, lo que complicó enormemente mi trabajo. Iba, por ejemplo, su hermano Carlos, un individuo nervioso e imprevisible, siempre en movimiento, durmiendo mientras los demás se divertían y velando el sueño de éstos desde primeras horas del amanecer. Un tipo nervudo, al que se le notaba su amplio conocimiento de artes marciales y kickboxing. Iba, también su hermana. Una señora tranquila y sosegada, inquisitiva, discreta, pero de ojos vivaces, siempre alerta. Como la misteriosa señora que la acompañaba, a sol y sombra.

Alquilaron un autobús, pilotado por un chofer local, un tipo alto y delgado con pinta de buena gente. Uno de esos tipos, precisamente, de los que no te podías fiar. El hombre de confianza de Lozano parecía ser un tal Santiago, su mano derecha y tesorero del grupo, hombre resuelto y decidido, otro tipo vivaz que no se estaba quieto ni debajo de agua. Además, dos sujetos de cerca de dos metros de altura jalonaban los pasos del grupo, fueran en lanchas que surcaban las aguas de los ríos, fuera caminando por los mercados de Saint Louis y Dakar.

Mujeres no faltaban en la expedición. Dos aparentemente sosegadas señoritas, que le acompañaron desde Agüimes y tres más que se unieron a la expedición desde la levantisca ciudad de Granada, incluyendo a una gitana rabuda, instintivamente preparada para detectar cualquier amenaza que se cerniera sobre el grupo. Y una gallega de A Coruña, que no se sabía si iba o si venía, junto a una catalana tan jovial como seguramente letal, a la hora de acabar con un potencial enemigo. Además, otro miembro de la familia Lozano, la joven Carolina.

Y tres singulares personajes más. Un guardaespaldas apodado Pepe, que siempre era el último en subirse al autobús, encargado de confraternizar con las fuerzas vivas locales; un lobo solitario procedente de Marruecos y... ¡un mago!

Dos veces lo tuve en el punto de mira. Una noche, en el hotel situado en una reserva ornitológica. Era de noche y el ambiente era jovial. Había baile y bebida y, en mitad del fragor de la fiesta, pensaba liquidar el asunto. Pero el tal Magomigue se interpuso en mi camino. Había sacado a Lozano para que le ayudara en uno de sus números, mientras hacía una interpretación a los miembros de la comitiva. Estaba Lozano, ufano, viendo cómo una servilleta se convertía en un billete de banco cuando Migue, en un imprevisto rien ne va plus, hizo desaparecer de la escena a su improvisado ayudante, esto es, a mi objetivo letal. Visto y no visto.

A la mañana siguiente, los expedicionarios se embarcaron en una lancha, por los canales del río. Me aposté sobre un árbol y esperé a que la barca estuviera lo suficientemente cerca. Fijé mi objetivo, apunté cuidadosamente y, cuando me disponía a ejecutar la acción, un enorme pájaro bajó en picado desde el cielo y me arrebató el rifle con sus garras.
Guardaespaldas de Lozano, en la lancha. Mamones... (Foto: Panchi)

- Era algo así como un águila – le decía al camarero con el que charlaba, para ahogar mis penas.
- ¿Blanco su plumaje?
- Sí. Una especie de águila pescadora.
- ¡No! Se trataba, sin duda, de un Bigardo Vocinglero.
- ¿Eh? Bueno, qué se yo. Un águila ¿no?
- ¡¡NO!! Un bigardo vocinglero no es un águila. Ni mucho menos.

Hay que joderse. No sólo había perdido el rifle, sino que, además, alguien les dio un soplo a los expedicionarios, que se pasaron todas las noches bien atentos y alertas, pendientes de una latente amenaza exterior. Los muy capullos hablaban de un Lobo, cuando todo el mundo sabe que el sicario tirador por excelencia era un Chacal.

Total, que lo dejé correr. Sin armas de largo alcance, cualquiera se acercaba a Lozano, siempre rodeado de su gente. Coño. Que no se quedó solo ni a sol ni a sombra. Al menos, no parece que haya hecho relaciones extrañas en su viaje. Contactó con algunos maestros y médicos, a los que hizo entrega de diverso material y no dejó de trastear en todos los bares de la zona, tirando de su cohorte, compró máscaras y unos horribles cuadros africanos y, en general, se dedicó al dolce far niente, llegando a cantar en público no se qué de un Cruzaíto y un Robocop.

Y lo mismo, sin saberlo, Lozano ha salvado su vida. Recién terminada la celebración del año Sankara, en nuestro hombre tuvo participación activa, esperemos que se olvide otra vez la figura del revolucionario africano y que el libro ése, “El caso Sankara”, publicado por la editorial Almuzara, sea guillotinado una vez termine su distribución.

Que no entiendo ese empeño por sacar a la luz la obra de un militar que apuesta por el poder civil, la alfabetización de su pueblo, la africanización de las costumbres burkinesas o la mejora de la sanidad. Un presidente que fue contra la tradición, prohibiendo la ablación del clítoris de las chicas y solicitando la condonación de la deuda externa.

¿Quién quiere un presidente así para cualquier país de África?

Pues eso.

Que a ver si se olvida ya ese legado y los escritores se dedican a escribir sobre esas inofensivas pijadas que les son tan queridas, en vez de meterse donde no les llaman, en berenjenales políticos y en cuestiones internacionales que en nada les competen.



Fdo.- Remy, en misión senegalesa.



lunes, 24 de marzo de 2008

Juicios a la europea

De mi paso por la Facultad de Derecho guardo, al menos, dos buenos recuerdos. El primero, que fue allí donde conocí a quien luego se convirtió en mi marido. El segundo, a un profesor al que sus veinte años como estudiante y tuno simultáneamente le habían marcado tanto que siempre comenzaba la primera clase del año disfrazado de senador y cantando a los alumnos una canción de sus años mozos. El estribillo decía así (música: Tengo una vaca lechera):

Viva el Derecho Romano, que al esclavo manumite y a la esclava metemanu, tolón-tolón, tolón-tolón.

De la misma época es mi afición por las películas de juicios y las novelas en las que los abogados juegan un papel importante. ¿Quién no recuerda a esos doce hombres sin piedad encabezados por Henry Fonda, sin ir más lejos? ¿O la versión española para Estudio 1, con Bódalo, Alexandre, Osinaga, Puente y compañía? ¿Y qué decir, en otro registro muy diferente, de La costilla de Adán, con Spencer Tracy y Katharine Hepburn tirándose los trastos a la cabeza?




La lástima es que casi todo suele llegar de los USA, y allí los juicios siempre son la leche, quedan preciosos en pantalla, con esos abogados altos y guapísimos de la muerte que seducen con su verborrea imparable a los miembros del jurado, con fiscales empeñados en defender al estado de (póngase aquí el nombre del que se prefiera, hay unos cincuenta para elegir) de la conducta punible del presunto delincuente de turno, con su juez negro por aquello de lo políticamente correcto (hispanos, de momento, no se ven muchos), con las cadenas de televisión a las puertas de la sala esperando las declaraciones del primero que sale…

En Europa esto es muy diferente. Aquí las cosas son menos vistosas, los abogados no son tan superstars como los americanos y tal vez por ello los juicios no resultan demasiado literarios o televisivos. Así que da gusto encontrarse de vez en cuando con tipos como Guido Guerrieri, abogado como mi Luigi y protagonista de casos como Testigo involuntario o Con los ojos cerrados.

Guerrieri, en tiempos, defendía sólo las causas nobles. Nobles para su bolsillo, claro. Sin embargo, de un tiempo a esta parte y no sé si por limpiar su conciencia, se dedica a aceptar otros asuntos que nadie quiere. Por ejemplo, el juicio de una mujer maltratada por un marido poderoso, hijo de un hombre todavía más poderoso al que ningún picapleitos de Bari se quiere enfrentar. En esta complicada tarea no está solo, pues cuenta con la inestimable ayuda de una monja ciertamente peculiar que dirige la casa de acogida en la que se refugia la víctima de los malos tratos, formando una pareja verdaderamente explosiva.

Claro, en las pelis americanas siempre suelen ganar los buenos, me imagino que por tranquilizar a la clase media americana que paga sus impuestos y todas esas cosas. Esto, lo sabemos, no deja de estar bastante alejado de la realidad, en la que tristemente tener la razón no significa necesariamente salirte con la tuya. Pero no quiero adelantarme a los hechos. Es preferible, si te apetece, que le eches un ojo al libro y luego hablamos.

Con los ojos cerrados
Gianrico Carofiglio
Plata Negra

viernes, 21 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (4)


Ya veis que en mi corta vida he conocido a unos cuantos sicarios, pero A punto C punto, no hay más que verlo, es especial.
Desconozco su pasado. No sé qué le hizo convertirse en lo que es. Quizás una infancia horrorosa. Quizás un simple trastorno mental. Quizás nada. Nos empeñamos en buscar las raíces del mal y a veces no existen: la gente es mala porque sí. Punto.
A mis compis de clan no les gusta: da mala fama al noble oficio de asesino a sueldo. Porque no es un profesional, sino un obseso de la muerte. Muerde la mano que le da de comer y eso no es bueno para el negocio.
Y todo lo hace como si se viera abocado irremediablemente a ello, como si él no decidiera: el azar, el honor, la palabra dada lo obligan. Típico de psicópatas.
Que esté chalao no quiere decir que no sea jodidamente eficaz en su faena. Se propone un objetivo y allá va, de cabeza, como los burros, sin mirar para los lados, no vaya a ser que se distraiga. Le da lo mismo un balazo en la pierna que un hueso a la vista. Él tira palante. ¿Qué le mueve? ¿El dinero? ¿El gusto por matar? ¡Quién sabe! Casi prefiero no meterme en su cabeza. Puede que encuentre algo demasiado familiar.

PELÍCULA:
No es país para viejos (No country for old men), 2007
Dirección: Joel y Ethan Coen
Intérprete: Javier Bardem

martes, 18 de marzo de 2008

Días de pasión (criminal)

Bien, pues llega la Semana Santa y ya estamos otro año más preparando la operación salida: hemos empaquetado los cuatro trapos que nos solemos llevar, hemos lavado el coche dejándolo dispuesto para recibir los inevitables chaparrones primaverales y las cagarrutas de todos los pájaros que nos crucemos en el viaje y casi hemos convencido a Giovanni de que se tiene que venir con nosotros, que de quedarse en casa solo como pretende ni hablar, que luego llegamos el domingo y nos encontramos los restos del botellón casero que se ha organizado el chaval.

Como son fechas en las que ya se conmemora una ejecución (que, por cierto, ahora hay dudas sobre cómo fue crucificado en realidad) a mí me gusta guardar fiesta y no aceptar clientes durante unos días. Así que solemos irnos al Pirineo y aprovechar que casi siempre hace mal tiempo para encerrarnos en casa y ponernos al día en cuanto a lecturas y, de paso, ver alguna peliculilla que otra.


En esta ocasión me llevo a una buena cuadrilla de amigos. Algunos ya lo son de hace años, como es el caso de Kostas Jaritos, ese comisario ateniense que tanto placer siente leyendo un diccionario. Me dicen que su hija, Katerina, ha caído en medio de un secuestro organizado por un comando terrorista y yo esto no me lo pierdo.


También son viejos conocidos Lars Martin Johansson y todos sus colegas de la policía sueca, siempre dispuestos a remover el pasado de ese país que nos han puesto como ejemplo de desarrollo y bienestar pero que tantas cosas tiene por resolver, como el asesinato de Palme o el coqueteo sueco con el nazismo alemán. Conocí a esta peña en Entre la promesa del verano y el frío del invierno y me cayeron bien; con Otro tiempo, otra vida estoy confirmando que, aunque de la pasma, son buena gente (algunos de ellos unos auténticos hijos de puta, todo hay que decirlo).


Otros son nuevos en casa, como por ejemplo Ismael Ochoa, un legionario de Bilbao (no está mal, ¿eh?) que demuestra unos sentimientos hacia su padre que me resultan familiares. O Guido Guerrieri, un abogado de Bari (como mi marido, que también es abogado aunque no de Bari) que se ha cansado de resolver casos que sólo le den dinero y ahora se dedica, por ejemplo, a defender a una pobre mujer víctima de la violencia doméstica y de cuyo asunto nadie quiere ocuparse por miedo al presunto agresor.


Y hablando de mi marido, algo tendré que regalarle por el Día del Padre. Si, ya sé que eso debería ser cosa de Giovanni, pero con lo despistado que es... Se me ocurre que, para tenerle entretenido mientras yo me dedico a mis crímenes de ficción, le puedo comprar algo que vi anunciado hace unos días: las Joyas Literarias con las que tanto disfrutó de crío y con las que se inició en la lectura, esas historias de Verne o Salgari que, casualmente, Ediciones B reedita y saca a la calle mañana mismo. Creo que con dos volúmenes estará bien de momento, que tampoco es cuestión de acostumbrarlo mal.



Bien, pues a la vuelta hablamos de todo esto y algunas cosas más, ya te contaré cómo me ha ido entre procesión y procesión. ¿Te parece? Nos vemos la semana que viene. No faltes.



El accionista mayoritario. Petros Markaris. Tusquets.
Entre la promesa del verano y el frío del invierno / Otro tiempo, otra vida. Leif GW Persson. Paidós.
Sé que mi padre decía. Willy Uribe. El Andén.
Con los ojos cerrados. Gianrico Carofiglio. Plata Negra.
Joyas Literarias. Varios autores. Ediciones B.



sábado, 15 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (3)


Puede que la historia de todo asesino a sueldo incluya un episodio de vulnerabilidad en el que la opción sea convertirse en sicario o ... no hay opción. En la historia de Nikita lo hubo, es innegable.

Nikita podría haber sido toda su vida una vulgar delincuentucha, pero, ya se sabe, te vas metiendo en líos, una cosa te lleva a la otra y un buen día te encuentras con una pistola humeante en las manos y un poli muerto a tus pies.

A Nikita la trincaron, le dieron una opción que no era una opción, y eligió convertirse en una máquina de matar. ¿Qué habría sido de ella si se hubiera negado? Como esta pregunta es más propia del "Pronto" que de este clan serio al que pertenezco, la voy a obviar. [La respuesta es: la habrían ejecutado.]

A Nikita, que hasta entonces era un poco greñas, le dieron una nueva identidad, mucha habilidad y una nueva vida bajo la vigilancia de su mentor Bob. Y se convirtió en una asesina eficaz envuelta en la apariencia de una atractiva y refinadísima mujer, impecable siempre, en todo momento bien arreglada, a pesar de ocuparse del trabajo sucio.

Por fuera, en apariencia física, mejoró un montón. Por dentro, sin embargo, algo falló en los entrenamientos: no acabaron de enfriarle el corazón y fue la tonta de ella y se enamoriscó de Bob. Y el-bobo-de-Bob-de ella también, claro.

Hay otras Nikitas en el mundo; al menos yo he conocido a unas cuantas, pero el encanto de las francesitas no lo supera ninguna yanqui operada.


PELÍCULA:

Nikita (La femme Nikita), 1990
Director: Luc Besson
Intérprete: Anne Parillaud

viernes, 14 de marzo de 2008

Tarde de domingo

Hasta hace bien poco era de las que pensaban que las tardes de domingo eran una auténtica mierda. Cuando era joven porque las consideraba un residuo inútil del sábado; luego, por pensar que no eran sino el preludio de un odioso lunes.

Sin embargo, la madurez ha hecho que las vea de otro modo.

Giovanni, mi hijo, sale con el postre en la boca para verse con los amigos. Luigi, mi Luigi, se coloca la almohadilla bajo el brazo y se va al fútbol. Luego llega hecho una furia y jurando que no vuelve más, que el próximo año no renueva el abono, que para ver a cuatro mataos en pantalón corto no hace falta pagar un duro. Y yo, mientras, me quedo en casa como una reina, tumbada en el sofá y con la única compañía de mi perro y mis libros.

Y luego, la noche. Giovanni en el messenger y Luigi y yo, provistos de sendas bandejas -hay que ver los bocadillos de chorizo y queso que prepara mi marido cuando quiere, ríete tú de la nouvelle cuisine- y la litrona de oferta del Mercadona o el Eroski más cercano, los dos frente al televisor. Y es que el domingo por la noche toca peli de Agatha Christie.

Sí, ya sé, a lo mejor las historias de la Christie resultan demasiado inocentonas, anticuadas y clasistas para lo que se pudiera esperar de una mujer como yo, pero si de cría disfruté con las novelas, de adulta me encanta ver esas versiones cinematográficas y disfrutar con las interpretaciones de mis mitos celuloídicos, y algunos ya celulíticos, por qué no reconocerlo: Peter Ustinov, Jane Birkin, Liz Taylor, Angela Lansbury (¿o es Jessica Fletcher?), Rock Hudson, Ingrid Bergman, Tony Curtis, Lauren Bacall, Sean Connery, Vanessa Redgrave...

Además, como somos de poco viajar agradecemos que la gata nos lleve por Oriente, por el Nilo, por la campiña inglesa... o por el Adriático, cuerpos victorianos tendidos al sol como trozos de carne difíciles de distinguir que diría ese belga afrancesado o francés abelgado de Poirot, Hercules Poirot.

Nos lo tomamos muy en serio, como cuando veíamos el Un, dos tres y jugábamos a adivinar dónde leches estaba la Ruperta y dónde el apartamento (en Torrevieja, Alicante, dónde si no). Sacamos las libretas y vamos tomando nota de las pistas que se nos ofrecen al tiempo que lo hace Poirot, pero lo que más nos gusta es tratar de averiguar cuál es el as que se guarda bajo la manga la buena de la Christie: esa nota anónima que sólo el investigador conoce, ese reloj que sólo él sabe que atrasa, ese veneno del que no sabíamos nada y luego resulta ser determinante... Trampas que hacen que nunca acertemos con el culpable. Bueno, sí, lo adivinamos en el Oriente Express, pero es que con ese final a ver quién no lo adivina.



Nunca nos acordamos de sus nombres, siempre nos referimos a los personajes como "la tía de la pamela", "la vieja bruja", "la niña repelente" o "el calvorotas del bigote". Y siempre acabamos discutiendo, mi Luigi y yo, porque los dos afirmamos -a toro pasado- que ya suponíamos desde el principio la identidad del asesino.

Pero el que nunca falla es el perro, que los mira a todos con indiferencia canina y se va a un rincón del salón a soñar con sus huesos, que no necesariamente deben pertenecer a un cadáver desenterrado.

Luego viene una semana de intenso trabajo, Luigi en su despacho de abogado peleando con sus aspirantes al divorcio, Giovanni en clase -eso dice él, el tutor debe tener otra opinión diferente porque no hace más que llamarnos para decir que lleva días sin hacer acto de presencia- y yo con mis flores y mis suicidios, que de algo hay que comer. Pero todo esfuerzo tiene su recompensa, porque el próximo domingo toca otra peli. Creo que le toca a Miss Marple.

Hace algún tiempo le pregunté a Remy, uno de mis colegas en el Clan, si él quería más a papá o a mamá. ¿Cómo? -me respondió. Le aclaré que me refería a Poirot o miss Marple, y me contestó que una madre siempre será una madre. Vale, en mi caso el argumento no sirve, porque para una madre como la que me tocó a mí en el sorteo habría preferido un buen jamón o una simple chochona. Incluso la muntan bai esa de las ferias ("qué guay, qué guay, qué guay, se lleva la muntan bai"). Sin embargo, coincido con Remy y la Marple es mi preferida, capaz de resolver cualquier crimen mientras arregla el jardín, hace punto de cruz o prepara una compota. Poirot, en cambio, me parece más afectado, siempre pendiente de ese ridículo bigote que debe enfundar y amarrar a las orejas cada vez que se va a dormir.

Pero claro, sobre gustos no hay nada escrito, así que tú, ¿qué? ¿marplelista o poirotista?

jueves, 13 de marzo de 2008

¡Asesinos a sueldo a mí! (2)

Keller lleva una vida verdaderamente envidiable. Vive en Nueva York, que ya es un puntazo, en una buena calle, en un buen piso, y tiene un más que buen pasar. Como sucede a la mayoría de los de su gremio, de vez en cuando recibe una llamada y tiene que coger varios aviones, atravesar de punta a punta el país y ponerse manos a la obra.

El problema de Keller es que la faena le dura poco y tiene muchísimo tiempo libre: días y días con sus horas y sus minutos, tiempo y tiempo que, curiosamente, no sabe cómo matar.

En fin, que el hombre se aburre y lo intenta todo. Primero se le ocurre comprarse un perro, pues los chuchos, ya se sabe, te llenan bastante la vida con eso de que hay que darles de comer, lavarlos, sacarlos a pasear y llevarlos al veterinario.

Luego le da por la filatelia. Así, por las buenas, y va y se especializa en sellos de no sé qué país y no sé qué época, porque, según cuenta, las colecciones generales vo valen nada. [Yo tengo en casa una de cuando era pequeña, de sellos de Franco, con coloritos, preciosa; pensaba que algún día me darían unos eurillos por ella, pero Keller me dijo que nanay.]
Keller tiene, pues, un vacío interior que sólo se colma cuando trabaja. Porque Keller es condenadamente bueno en lo suyo. Viaja, se aposenta, husmea unos días por los alrededores, contacta, intima incluso en ocasiones, liquida y se larga. Impecable. No se puede hacer mejor.

Es una vida curiosa la de Keller. A mí me gusta.


NOVELA:
Lawrence Block: Hit Man
Diagonal, 2002

V DE VENDETTA

He vuelto a ver “V de Vendetta” que ¡es un peliculón como la copa de un pino! Extraordinaria. Excelente. Magnífica. Colosal. Y es que me gusta dejar las cosas claras desde el principio.


La verdad es que todos los que tenemos un trabajo que podría denominarse como violento, nos sentimos, en parte, un poco justicieros. Quizá sea un subterfugio para engañarnos a nosotros mismos, pero siempre nos gusta pensar que tenemos un halo romántico. Como V, el protagonista de la película.

Aunque es de justicia reconocer, antes que nada, las bondades de Natalie Portman. Personalmente, mi mitomanía cinematográfica, o viste sombrero (Wayne, Bogart, Mitchum, etc.) o está fotografiada en blanco y negro, con esas musas del género noir, turbadoras e inquietantes (Lauren Bacall, Gloria Graham, Gene Tierney...) Pero desde que vi “León el profesional” me quedé prendado de una joven actriz... que ha crecido la mar de bien.



En “V de Vendetta”, Natalie está sobresaliente y la película, teniendo en cuenta que está protagonizada por un sujeto camuflado tras una máscara de porcelana, necesitaba que el rostro humano visible resultase creíble e identificable. Y que fuese muy especial. Misión cumplida.



Además, la película ha sabido actualizar la novela gráfica en que está basada, para hablar de algunas cuestiones muy de actualidad. En primer lugar, de la funesta labor desarrollada por los medios de comunicación de masas que, más que informar, hacen propaganda. Segundo, de los campos de detención ilegales, convirtiendo a Larkhill en un trasunto de Abu Graib, siniestras capuchas incluidas. Tercero, del miedo al otro, al diferente, al inmigrante.

Y de las mega-macro-hiper conspiraciones gubernamentales para perpetuarse en el poder, reduciendo la libertad de sus ciudadanos ante esa supuesta dicotomía Libertad-Seguridad. Y de la eterna polémica sobre si la violencia es un método legítimo de autodefensa o no. ¿Dónde termina el héroe y comienza el activista? ¿Dónde está el límite entre éste y el terrorista?



Son muchas y de mucho calado las cuestiones que plantea “V de vendetta”, y lo hace a través de un espectáculo visual y pirotécnico de primer orden, con un ritmo endiablado y con unas imágenes absorbentes y adictivas.

Personalmente, no puedo evitar sentirme como ese héroe enmascarado, algunas veces, en el cumplimiento de mi trabajo. Que anda que no he quitado de en medio a según qué ratas de cloaca, tipejos miserables y gentuza de baja estofa...

Remy.


miércoles, 12 de marzo de 2008

Hilo directo con Tabor Süden

Una pensaba que estaría a salvo de miradas indiscretas en esta guarida que comparte con otros delincuentes habituales, pero por algo Tabor Süden trabaja en el Departamento de Desaparecidos de Múnich. No es nadie el tío localizando a gente.

A continuación, te dejo el correo que acabo de recibir hace unos minutos (escrito de su puño y letra o como coño se diga esto cuando hablamos de ordenadores y teclados).

Un domingo, mi padre me dijo que me sentara. En la cocina. Me senté. Empezó a hablar. Y antes de que yo comprendiera de qué se trataba, ya había acabado. Seguramente, lo que dijo me sacudió tanto desde la primera palabra, que enseguida se hizo la oscuridad en mi cabeza y las frases rebotaban contra mis oídos como contra puertas cerradas. Me quedé mirándolo, todavía veo su cara, una cara con los ojos acuosos, y una boca que se abría y se cerraba y yo sentado delante de él y él hablándome desde arriba y desde entonces, siempre que recuerdo aquella escena, no oigo nada. Es como si pensase en una película muda, como si viese imágenes sin comentarios, aunque puedo distinguir claramente los movimientos de la boca.

Me dio un beso, con las lágrimas cayéndole por la cara. Como cuando murió mi madre. A continuación me fui a mi cuarto y me quedé allí. Como ya he dicho, tenía dieciséis años pero, a diferencia de mis amigos, todavía no tenía novia, no me atraían especialmente las fiestas y no me gustaba hablar. Tenía la impresión de que casi todo lo que decía era falso o era una tontería. Aquella tarde vinieron mi tío Wilhelm y su mujer Elisabeth: Willi y Lisbeth. Y me explicaron que mi padre se había marchado. Entonces caí en la cuenta de lo que me había dicho en la cocina y corrí allí y la cocina estaba desierta. Sólo había una chaqueta de cuero colgada de una silla, su chaqueta de cuero. Y sobre la mesa había una carta, una hoja de papel en la que ponía: Querido Tabor». Ese era yo. Pero no cogí la carta. En lugar de ello me puse la chaqueta de cuero, que me venía grande y olía a la loción de afeitar de mi padre, era pesada, y enseguida me sentí seguro dentro de ella. Como protegido. Me di la vuelta y allí estaba Willi, ofreciéndome una botella de cerveza. Me la bebí, me guardé la carta en el bolsillo y salí de la casa. Lisbeth y Willi quisieron acompañarme, pero salí corriendo. En el bar que hacía las veces de punto de encuentro de los jóvenes del pueblo, me bebí otra cerveza y luego bajé al lago para leer la carta.

Sigue desaparecido. Al parecer tenía la intención de irse a América. Hasta ahora mis pesquisas no han dado ningún resultado. Y eso que los compañeros de allí siempre han estado dispuestos a ayudarme. Ya hemos dejado de buscarlo. No consta como desparecido.

--
Agente Tabor Súden *
Departamento de desaparecidos de la Policía de Múnich

* Todo sobre el agente Tabor Súden en La promesa del ángel caído y El bebedor del tranvía (Plataforma editorial).

martes, 11 de marzo de 2008

Del amor al odio

Hace poco más de un año, un suceso real parecía reproducir el típico crimen de habitación cerrada. Bueno, más bien de pueblo cerrado, pero es que un pueblo de poco más de 30 habitantes bien se puede considerar como una habitación grande: si en un minipiso o solución habitacional se pueden alojar dos personas, anda que no cabe gente en un salón-comedor como dios manda.


Me refiero, claro está, al conocido como “el crimen de Fago” (no confundir con Fargo, donde también hay nieve pero queda más lejos). El caso es que el alcalde, Manuel Grima, caía en una emboscada y un desconocido le metía un par de tiros en el cuerpo que lo dejaban para los restos.


Como quiera que el alcalde se había granjeado el cariño de al menos la mitad de los habitantes, el misterio estaba servido, igualito igualito a tantas novelas y pelis con las que he ido alimentando mi instinto criminal. Y uno de los sospechosos, el guarda forestal Santiago Mainar, no dudaba en chupar cámara ante las expectación despertada en los medios de comunicación (los quince minutos de gloria a que todos tenemos derecho) y se dedicaba a largar una lindeza tras otra incluso en el Informe Semanal que, por cierto, desde que ya no está Rosa María Mateo no es lo que era (como el Vaticano no es lo mismo sin Papaloma Gómez Borrero, por otra parte).


Unas semanas más tarde, el citado guarda forestal se confesaba culpable del asesinato, aunque se desdecía poco después de prestar declaración. Y se da la circunstancia de que víctima y presunto asesino, ambos naturales de Zaragoza, habían sido buenos amigos de juventud. Es más, fue Grima quien primero se trasladó a iniciar una nueva vida en Fago y, poco después, invitaba a Mainar a hacer lo propio. “Aquí se vive de muerte”, creo que le dijo para convencerle.


El caso no está resuelto, ni mucho menos. Mainar asegura que si confesó el crimen fue para evitar una caza de brujas en el pueblo, como si éste necesitase una cabeza de turco y a él no le importase desempeñar el papel. El pueblo, un año después, sigue enfrentado. Con decirte que la placa que algunos vecinos colocaron en el aniversario del asesinato en el lugar en que Grima fue abatido apareció destrozada al día siguiente... Sin embargo, TVE comenzaba ayer mismo la emisión de una miniserie que recrea los hechos. Eso sí, no ha habido pelotas para utilizar el pueblo como escenario para el rodaje de los exteriores ni a los vecinos como extras, que tampoco es cuestión de tocar las narices demasiado.


Como buena italomaña frecuento el Pirineo, concretamente la misma comarca de la Jacetania en la que se encuentra Fago, y recuerdo una conversación de bar, en torno a una partida de guiñote, pocos días después del crimen. Nadie, nadie, se echaba las manos a la cabeza por la radical manera de resolver diferencias de criterio. El tema de conversación era, simplemente, cómo lo habrían hecho ellos para no ser pillados por la pasma y qué habrían hecho con el arma homicida para que jamás fuera encontrada.


Una se dedica a este negocio y no se asusta fácilmente, pero desde ese día me dije que iba a tratar de llevarme lo mejor posible con mis vecinos: no riego las plantas fuera del horario establecido, pago religiosamente mis impuestos, invito a cervezas en el bar del pueblo, mantengo abierta la puerta de la panadería cuando me cruzo con alguna lugareña, saludo a todos los niños (incluso a los que le tiran alguna piedra a mi perro, criaturitas, si lo hacen por jugar) y jamás llamo la atención a la vecina de enfrente por aparcar el coche en el lugar que no le corresponde.


Y es que nunca he tenido afán de protagonismo y no pretendo que una serie recree mis últimos años de vida. Además, que soy demasiado joven para palmarla y una se debe a su hijo, al que debe criar, y a sus clientes, a los que debe suicidar.


lunes, 10 de marzo de 2008

Dos casos para Tabor Süden

Dicen que las sicilianas son mujeres sumamente celosas. Sinceramente, cariño, me importa un bledo, que diría aquel. Y es que me pasa como a la signora Verdugo, que de Sicilia conozco lo poco que he visto por la tele y lo mucho que me ha contado uno de mis mejores amigos. Salvo, quién si no. Bueno, Salvo Montalbano por si no habías caído, pero es que como suele venir bastante por casa ya tenemos la confianza necesaria para tratarnos de tú y por el nombre de pila. Mí, Tana; tú, Salvo.

De todos modos, no sé cómo reaccionaría si pillase a mi Luigi con otra. Probablemente le mataría, porque recurrir a un abogado es un dispendio que no me pienso permitir. Además, él mismo es abogado, y matrimonialista, y de los mejores. Así que seguro que decidía representarse a sí mismo y me dejaba incluso sin la floristería, y eso que está a mi nombre exclusivamente.

Bueno, pero no divaguemos. Valga esta introducción para señalar que, muy de vez en cuando, encuentro por ahí a algún hombre que merece la pena. Casi siempre, claro, son del gremio. No, no son floristas ni suicidadores, me refiero al gremio que nos agrupa a todos aquellos que nos dedicamos al crimen, independientemente de en qué lado de la barrera nos encontremos. Y, por razones obvias, suelo conocer a más policías que ladrones, mucho más escurridizos y menos propensos a dar la cara estos últimos.

La verdad, casi todos son unos sosos e inmaduros. Les deja la esposa y se echan en brazos del alcohol como si fueran adolescentes en pleno finde y eso, para los anglosajones o nórdicos (que suelen ser mayoría) debe salir por un pico, que no hay más que ver el precio que lleva el vino para sangría en Irlanda o Inglaterra sin ir más lejos.

Tabor es diferente. Beber, bebe; y un huevo, me atrevería a decir. Además no es de esos que sólo toman exclusivas marcas o les gusta mezclado pero no agitado, o al revés, que siempre me lío. Qué va, qué va, este hace a todo: cerveza, grappa, vino tinto, schnaps (no busques en el Google, yo te lo digo: schnaps es el término que engloba a todos los licores que calientan y sientan bien)…

Tiene otra cosa que me gusta: por una vez, se trata de un policía que no trabaja en Homicidios sino en Desaparecidos. Y me gusta porque así no me cruzaré en su camino si alguna vez cometo un error que pueda despertar las sospechas de la pasma o de la familia del finado de turno.

Trabaja en Munich, lo que supone una putada porque me cae un poco a desmano. Además, ya he dicho en alguna ocasión que no suelo viajar demasiado. Encima no tiene móvil y para poco en casa, así que podemos pasar meses sin hablarnos. Pero cuando lo hacemos da gusto, porque es un excelente conversador y, de hecho, sus casos suele resolverlos a fuerza de interrogatorio. No sé, aunque yo era muy pequeña entonces, mi tío Ramón me hablaba mucho de un tal Maigret y este Tabor me lo recuerda en cierto modo. Porque según mi tío, también a Maigret le gustaban los interrogatorios y no dejaba taberna sin someter al oportuno registro.

Tampoco tiene novia fija, sólo una tranviaria en la que no piensa demasiado cuando le sale por ahí algún rollito de primavera. Y reconozco que a primera vista puede resultar un poco macarra, con los pantalones de cuero con cordones entrelazados en los costados, la camisa blanca, una chaqueta también de cuero… Vamos, que sólo le faltan los zuecos y el cinturón con cabeza de león que llevaban muchos pringaos en mi barrio cuando era cría. Pero es un buen chico, que te lo digo yo y de esto sé un rato largo.

Ah, su apellido es Süden y de momento sólo ha resuelto un par de casos que ha guardado en unas vistosas carpetas amarillas y negras rotuladas como La promesa del ángel caído y El bebedor del tranvía.

¿A que es un encanto poniendo títulos a sus expedientes?



La promesa del ángel caído
El bebedor del tranvía
Friedrich Ani
Plataforma Editorial

domingo, 9 de marzo de 2008

EL ASESINO DE ETA: ¿SICARIO O TERRORISTA?

ETA, ya lo sabéis, ha vuelto a matar. Y en las noticias se dice que el asesino del ex-concejal de Mondragón es un sicario a sueldo de la banda.

Entonces, me surgen las dudas.


El asesino, ¿era un terrorista o era un profesional del crimen, contratado por la banda para ejecutar este execrable asesinato? Porque no es lo mismo.

He leído columnas, como la de Manuel Vicent de hoy domingo, en El País, en que se habla de fanatismo, lavado de cerebro y otras cuestiones por el estilo. Lo cuál, en el caso de que el asesino fuera un terrorista vasco, de esos del Movimiento Nacional de Liberación de hablara Aznar años ha; sería correcto.

Pero si la banda terrorista ha pagado a un profesional para que dispare a Isaías, la cosa cambia. El asesino sería un profesional del ramo que ha aceptado un trabajo más. Aunque menudo trabajo. Como para ponerlo en un currículum. Asesinar a un hombre desarmado y desprotegido, delante de su casa, a la vista de su familia. Un trabajo como para sentirse orgulloso, vamos.



¿Tan rematadamente mal está la ETA como para tener que contratar a un asesino a sueldo que le haga el trabajo sucio? ¿A esos niveles de decadencia han llegado?

O, quizá, los periódicos están manejando de forma errónea conceptos como sicario. Que hay mucho intrusismo profesional y mucho confusionismo en esto de matar por encargo.

Lo digo en serio: no lo sé.

Y la cosa, desde luego, no es baladí. Ni mucho menos...

Remy.



¡Asesinos a sueldo a mí! (1)


Me he propuesto publicar una serie de articulitos sobre los asesinos a sueldo que en mi corta vida he conocido. La serie va dedicada a mis compis de clan, mis klankides, para que aprendan de los grandes.

Grande grande es (¿debería decir "fue"?) Sacha Vodrine. Os contaré cierta historia que quizás tenga algo que ver con él.

En el otoño de 1972, como en todos los otoños de todos los años, se produjeron ciertos sucesos sangrientos. Un jubilado cayó al vacío desde la ventana de su apartamento en Colonia. Un hombre de negocios israelí apareció muerto en una calle de las afueras de París. Un ciudadano alemán desapareció en Santiago de Chile. Y un respetable doctor falleció durante una cacería en Bretaña. Nadie relacionó entre sí estos hechos.

Seis años después, en 1978, Sacha Vodrine pescaba tranquilamente en el Volga, cuando recibió una llamada que le hizo volar urgentemente a Francia. Y alguien supo que regresaba, que en 1972 ya había estado allí.

Ni existen pruebas ni existirán, pero se habló de cierto cabecilla del Partido Comunista Francés, el partido de los fusilados, de la Resistencia, que podría haber trabajado voluntariamente, en los años 30, en Alemania, en la fábrica aeronaval Messerschmitt, de donde salieron los aviones que luego bombardearon Londres y Guernica.

El tal cabecilla siempre negó que semejante episodio figurara en su intachable biografía de comunista, pero la hija del respetable doctor muerto en 1972, Madeleine Fignac, ella también comunista, pero de base, sospechó algo y comenzó a investigar.

NOVELA:
Thierry Jonquet: Del pasado hagamos tabla rasa (Du passé faisons table rase)
Gallimard, 2006

viernes, 7 de marzo de 2008

Esos doblajes...

Últimamente, mi Luigi y yo nos hemos enganchado, los miércoles, a una serie de la que habíamos oído hablar pero nunca visto: The Closer, con la subjefa (que bien se encarga de repetirlo cada dos por tres) Brenda Johnson al frente.

Bien, la serie se deja ver, aunque resulte demasiado ortodoxa para mi gusto, con el típico gracioso, el duro, la dosis necesaria de relaciones persolaborales (y eso que siempre se ha dicho que donde tengas la olla...).

A Luigi, Brenda le cae como una patada en los huevos. Dice que tiene la boca tan grande como la de José Vélez -aquel canario que cantaba en tiempos de los 300 millones- y tan rosa como un desfile de la Ruiz de la Prada; que es una marisabidilla y no sabe cómo no se ha ganado ya unas cuantas hostias en las muchas temporadas que lleva en antena; que las chaquetas y modelitos en general que luce le recuerdan a los de la tribu de los Brady; incluso a veces se pasa de machista y dice que parece que tenga un periodo de veintiocho días en lugar de un periodo cada veintiocho días, un periodo que le exigiría varios picos de Saldeva al día para aliviar las molestias.

A mí no me cae tan mal, tal vez sea por solidaridad femenina con las que no estamos como un queso, como esas tías desesperadas por ejemplo. Sin embargo, a quien no termino de tragar es al capitán Taylor. Vaya, no es que me caiga mal, que tampoco me ha hecho nada, es que simplemente no me termino de creer su papel.

Después de días con el asunto en la cabeza, y aprovechando las dotes investigadoras que he desarrollado en mi trabajo de suicidadora, he terminado por descubrir el motivo por el cual ese personaje no me encaja. Y todo gracias al Google, cómo no.

El caso es que, tras mucho divagar, llegué a la conclusión de que lo que no me gustaba del capitán Taylor era la voz (la doblada, que de la original no tengo nada que decir). Y tirando de memoria auditiva y del buscador por excelencia, me entero de que igual que hay actores a los que los directores encasillan en un tipo determinado de personajes, con los actores de doblaje sucede lo propio y una vez doblado un policía te llueven las ofertas para no salirte del gremio.

Pero, ¿cómo me va a resultar creíble el capitán Taylor si es el mismísimo jefe Wiggum de los Simpsons? Vale, llevará traje en lugar de uniforme, su piel no será amarilla sino negra, pero la voz es la voz. Y oigo a Taylor y sé que le falta un donuts en la mano. Y me giro y al volver a mirar la pantalla echo en falta al mocoso cobardica que tiene como hijo.

Claro, yo puedo compensar ese fallo con las imágenes, pero me pongo a pensar en el despiste que se llevarán los miles de invidentes que sigan la serie y me echo a temblar. Que aunque frío, también una tiene su corazoncito y a veces piensa en los demás.

No sé quién será el jefe de ese negociado, pero creo que no estaría de más que alguien estuviera atento a esos pequeños detalles, la verdad. Que cualquier día escuchamos a Gregory House hablando con la voz de Emilio Aragón (por aquello de que también fue médico en su día) y no es lo mismo, no eeeees lo mismoooooo.